«Tenemos turnos para octubre»: El desamparo y el enojo de pacientes por el deterioro en la atención médica

Preocupa el servicio de salud argentino, que desde hace algunos años viene en picada. Entre los problemas con las obras sociales, la inflación, y demás situaciones que acomplejan el panorama, los ciudadanos se encuentran en un laberinto a la hora de buscar soluciones dentro del sistema medico.

jueves 08/06/2023 - 12:07
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Después de deambular durante cuatro meses por guardias y consultorios, Guadalupe Pazos de 41 años fue a ver a un especialista recomendado por una amiga que figuraba en la nómina de su prepaga, según publica La Nación.

“Me habían indicado varios estudios, de sangre, de orina y una radiografía, y en los resultados parecía todo normal -cuenta Guadalupe que además tiene una hija de 12 y se dedica a la comunicación institucional-. Pero yo no estaba bien. Y las pelotitas que me había palpado en el cuello una mañana mientras me bañaba seguían ahí”.

El diagnóstico del médico fue una cachetada: linfoma de Hodgkin, un cáncer del tejido linfático. Se fue en shock, y lo primero que hizo en la calle -paralizada entre la gente que la esquivaba- fue llamar a su mamá: “Me vino a buscar y la abracé llorando. Ahí empezó todo”.

Cuando Guadalupe dice “todo” no se refiere solo a la angustia que le causó la enfermedad que le diagnosticaron en 2018. Ese “todo” engloba la sucesión de problemas, trabas y costos con los que se topó en el laberinto del sistema de salud.

“Lo primero que me dijeron fue que no tenía cubiertos todos los estudios, porque antes de arrancar con la quimioterapia tenía que hacerme otras cosas, que pagué de manera particular. En ese momento, por una PET (tomografía por emisión de positrones) me pasaron un valor de 60.000 pesos”, señala Guadalupe, que comenzó a poner en marcha todas las alternativas posibles para seguir adelante.

La PET, finalmente, la hizo en la Academia Nacional de Medicina, por 15.000 pesos. Y fue la doctora que estuvo a cargo de la punción de la médula la que la aconsejó para que hiciera una consulta con una hematóloga que trabajaba en el hospital Ramos Mejía, donde hoy continúa con su tratamiento, porque asegura que la prepaga desoyó todos sus reclamos.

Guadalupe cuenta que ese fue el primer plan B de muchos otros que debió resolver en estos cinco años, y asegura que la situación empeoró luego de la pandemia. Las complicaciones son muchas, y va desde episodios más dramáticos hasta tropiezos rutinarios: la imposibilidad de conseguir turnos, la salida de médicos de las cartillas y las experiencias no satisfactorias de las guardias.

“Desde julio del año pasado que estoy intentando conseguir un turno con la oftalmóloga infantil, porque la última vez que la vimos, cuando le recetó los anteojos a mi hija, me dijo que en 60 días teníamos que volver para hacer un control -relata Guadalupe-. Llamo todos los meses, cada vez que se abre la agenda de turnos, y me dicen que vuelva a intentar el mes próximo. Voy a terminar en una consulta particular, ya lo tengo asumido. Pero igual insisto”.

El dentista también es otra misión difícil para Guadalupe. Conseguir turno para ella es complicado, pero para su hija es casi imposible, por eso fue por el plan B, una vez más, y terminó en el consultorio privado de una odontóloga que le recomendó una mamá del colegio: “Compartí el problema en el grupo de WhatsApp de padres y encendí la polémica. Todos tenían algo para contar. La mayoría de las familias tienen una obra social o prepaga, pero por distintos motivos terminan pagando una consulta particular”, señala.

El repertorio de fracasos que Guadalupe guarda en su historial médico tiene más capítulos: “Al principio del año pasado me dijeron que mi hija se tenía que operar de adenoides, y nos dieron turno para marzo. La fecha se pospuso varias veces hasta que, finalmente, la operaron cinco meses después, recién en agosto. El cardiólogo que le hizo el estudio prequirúrgico me reconoció que estaban colapsados. Que cada vez cobran menos y que estaba a punto de darse de baja de la cartilla”.

Turnos para octubre

Miguel Castro Ríos es médico clínico y hematólogo. Lleva 52 años en la profesión, y el año pasado lo llamaron desde la Universidad de Buenos Aires para avisarle que iban a convocar a los tres mejores promedios de su camada, 1970, para entregarles un premio. El reconocimiento académico no tiene un correlato en sus ingresos. Hace poco más de dos años se enfrentó con una disyuntiva: dejaba la medicina o empezaba una nueva etapa en la que solo atendería pacientes en forma particular. Fue por la segunda opción.

“La consulta lleva tiempo. No se puede ver a un paciente en 15 minutos, como pretende el sistema. No hay tiempo de revisarlo ni de hacerle las preguntas que corresponden. Y si además de todo también te pagan mal, te hacen llenar papeles y te liquidan el pago a los 60 y hasta 120 días, no hay chance -asegura el especialista-. Hay pacientes que vienen al consultorio y me dicen que por la prepaga no encuentran hematólogos, y que si aparece alguno recién les dan turno para octubre”.

La pandemia, coinciden expertos y pacientes, fue un punto de inflexión que empeoró el cuadro. “Uno sospechaba que la humanidad iba a mejorar, pero no fue así”, agrega Castro Ríos. Lo mismo opina Luis Cámera, médico clínico del Hospital Italiano y miembro de la Sociedad Argentina de Medicina. Para Cámera, la falta de reconocimiento social, la depresión económica y la ausencia de una compensación política, monetaria y afectiva solo trajeron consecuencias negativas.

“Nadie quiere ver pacientes por unos magros pesos y por supuesto que hoy se nota la falta de personal médico. Es un fenómeno mundial y según datos de la OMS harán falta unos 10 millones de trabajadores de la salud en la próxima década. El rol de los médicos en la sociedad descendió varios escalones, quedamos como operarios”, se lamenta el especialista.

Reconoce que la sensación de desamparo que afecta a los pacientes está justificada: “Las cartillas médicas están perforadas, y esto genera un deterioro en la relación médico-paciente, que ya estaba con dificultades”.

“Las cartillas médicas están perforadas, y esto genera un deterioro en la relación médico-paciente»

Por su parte, la pediatra Ana Tarlovsky decidió desvincularse de la mayoría de las empresas de medicina prepaga con las que trabajaba. Hoy es parte del sistema de salud público y privado.

“El sistema público está colapsado. Pedir una valoración cardiológica de rutina para un chico es muy difícil, no hay turnos disponibles. Antes de la pandemia, este tipo de turnos se conseguían con bastante rapidez en el sistema privado, con diferencias entre cartillas más amplias o más reducidas. Pero eso cambió, al menos en pediatría, y cada vez cuesta más conseguir turnos no solo con especialistas sino con lo que tiene que ver con fonoaudiología, odontopediatría o psicopedagogía”, cuenta Tarlovsky.

La médica hace un crudo diagnóstico del presente y lo compara con sus inicios en la profesión: “Cuando daba mis primeros pasos ni se me ocurría pensar en cuánto iban a pagarme. Y cuando entré al Gutiérrez para hacer la residencia me sentí afortunada, éramos muchos los que queríamos estar ahí y no había más vacantes. Pero no sucede lo mismo hoy con los médicos jóvenes. Este año, por ejemplo, la jefatura de residentes del Gutierrez quedó vacante. Eso de la vocación abnegada del médico está cambiando, porque la gente no está dispuesta a formarse durante más de diez años y trabajar por dos mangos”.

Según la mirada de Ricardo Lilloy, presidente de la Cámara de Entidades de Medicina Privada (Cempra), el deterioro comenzó hace unos 20 años. “En lugar de revisar y actualizar de manera periódica el Plan Médico Obligatorio (PMO), se fueron sancionando leyes por enfermedad. Entonces, las prioridades que antes en la Argentina eran determinadas por la autoridad sanitaria, dependen ahora del lobby que hacen las asociaciones de pacientes, que presionan a través de los legisladores y presentan nuevos proyectos. Así se han sancionado más de 50 leyes».

«Y de continuar incluyendo coberturas al PMO sin una evaluación de capacidad de financiamiento, sin determinar de dónde saldrá ese dinero para pagarlas, en 2030 menos del 4% de la población, con tratamientos de alto costo o necesidades extrasanitarias, va a gastar el 100% del presupuesto de la seguridad social. Por eso, el 96% de los usuarios tienen hoy un seguro incierto sobre su cobertura de salud”, sostiene.

“En 2030 menos del 4% de la población, con tratamientos de alto costo o necesidades extrasanitarias, va a gastar el 100% del presupuesto de la seguridad social.”

Para Lilloy, la situación es crítica, y reconoce que ante la coyuntura deficitaria, parte del dinero para cubrir los gastos ha salido de los honorarios profesionales de los médicos.

“Recientemente, estuve analizando el caso de una de las 50 entidades que integran la cámara, lo que representa aproximadamente un total de 1,5 millones de usuarios. Tiene cinco casos que le consumen 75 millones de pesos mensuales. Son apenas cinco pacientes que absorben la necesidad de unas 15.000 personas”, detalla. “La seguridad social ha sido un modelo envidiado por muchos en América Latina. Lo ha creado la gente, y hoy está en riesgo”, concluye.

Crece la consulta privada

Alejandro Andersson, director del Instituto de Neurología de Buenos Aires (INBA), atiende a los pacientes afiliados a una social o prepaga dos veces por semana: “La demanda privada en mi consultorio se incrementó en un 50 %, y lo que hemos notado en el centro es que hay cada vez más personas que se sorprenden porque su cobertura no contempla determinadas prácticas. El otro día llamó una paciente para preguntar si era realmente necesario saber los valores de las vitaminas B1, B6 y vitamina D, porque los tenía que pagar aparte. Como era parte de un control anual le recomendé que sí”, explica.

Por su parte, Camila Echevarría tiene 48 años, es licenciada en administración de empresas, trabaja de manera independiente y es mamá de tres hijos. El médico le pidió un hemograma completo, que además de los valores de rutina incluía el análisis de determinadas vitaminas. Lo tuvo que abonar. Ya pagaba de manera privada los honorarios de su ginecóloga y de su dentista, que se habían bajado de la lista de prestadores.

También recuerda una experiencia que vivió con su mamá, a quien el año pasado tuvieron que sacarle un quiste del endometrio. “La acompañé al sanatorio y la sala de espera parecía el colectivo 60 en horario pico. Después la llevaron a una habitación ambulatoria donde no entraban dos personas, literalmente. Me quedé afuera, parada en la puerta. El sistema colapsó, ok, pero cada vez cuesta más caro”, indica.

No solo se trata de temas económicos. Camila da un paso más allá y habla de la calidad de la atención. “La última vez que pedí un médico a domicilio, me mandaron a una consulta virtual. ¿Cómo puede alguien revisarte a través del celular?”, plantea.

La intranquilidad de los pacientes es cada vez más notoria. “Ya no van confiados a una guardia -dice Castro Ríos-. Se quejan porque están esperando horas y cuando los ve el médico no les concede el tiempo necesario. Muchos me preguntan: ‘¿Doctor, a qué guardia me recomienda ir?’ Dependerá del médico que les toque. Están agotados, no tienen la misma pasión de antes y les pagan mal”.

En esta línea, Andersson agrega: “El médico que se baja de la cartilla suele ser el que tiene más pacientes, más trayectoria, reconocimiento y jerarquía. Esos son los que tienen la posibilidad de dejar las coberturas médicas. Los mejores”.

Aunque hay diferentes perspectivas, todos advierten el problema. Hay coincidencia de que se deben tomar medidas urgentes para que el sistema de salud vuelva a dar respuesta a los ciudadanos que cada vez se sienten más desprotegidos.

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