Son swingers y van a casarse: los sí y los no del intercambio de parejas y las 6 reglas de su propio acuerdo

Matías Díaz y Abigail Navarro son, además de una pareja swinger, los dueños de Swap, un club que fue clausurado en Parque Leloir en mayo. Es la primera vez que dan una entrevista con sus nombres reales, mostrando sus caras, y cuentan cómo es su acuerdo íntimo: “Y si algo no me está gustando, ¿qué hago?”, “¿Nos guardamos algo para no compartir con nadie?”

jueves 06/07/2023 - 10:36
Compartí esta noticia

La noticia circuló por los medios de todo el país a comienzos de mayo. La municipalidad de Ituzaingó había clausurado un local en Parque Leloir habilitado como resto-bar y no por un asunto de bromatología. “Clausuraron un bar donde 90 personas hacían orgías: camas, caños para bailes eróticos y sillones exóticos”, tituló uno y lo siguieron todos.

La cuestión es que se difundió la noticia de la clausura, la versión del secretario de Gobierno y Seguridad local -“la decisión política es que no funcione”-, las fotos del operativo -una, por ejemplo, en la que hay nueve penes de goma con un cartel que dice “secuestro 1: Dirección de investigaciones contra el crimen organizado”-. Sin embargo, nunca se supo nada sobre quiénes manejaban el lugar, según publica Infobae.

Los dueños de Swap eran Matías Díaz y Abigail Navarro, y por primera vez decidieron contar de qué se tratan sus prácticas con sus nombres reales y sin esconder sus caras, «para educar», responde él, dispuesto a sacar el tema del tabú para lograr que el boliche swinger se habilite como actividad comercial.

Los inicios

Matías Díaz tiene 48 años y es padre de dos hijas. No es un novato en el mundo de la “no monogamia” aunque fue con Abigail, su pareja actual, que probó el intercambio real de parejas estables por primera vez.

“Arranqué casi de casualidad”, cuenta él, y enciende el primer cigarrillo de la entrevista. Tenía 25 años, era vendedor de lencería erótica y buscando nuevos clientes llegó a un club llamado El Sótano.

“No sabía adonde había entrado así que al principio todo me pareció extraño. Las parejas bailaban entre ellas en la pista y después cambiaban y bailaban con otras. En un momento se me acercó un hombre unos 20 años mayor que yo y me invitó a tomar algo con él y su mujer. Me acuerdo que pensé ‘¿dónde me metí?’”.

Matías era heterosexual y nuevo en el ambiente, y lo primero que pensó fue “¿este no me va a venir con cosas raras, no?”. “Pero me dijo que yo le gustaba a su mujer y me preguntó si tenía ganas de estar con ella. Yo dije ‘no sé si puedo, hay un montón de gente’, pero fui con ellos, charlamos un rato largo primero, y la pasé genial”.

Matías estaba solo así que no fue un intercambio swinger en el sentido más puro de la palabra, más bien un trío.

Siguió yendo a distintos boliches junto a esa pareja -“yo era como su mascotita”- y así, desde adentro y preguntado, fue aprendiendo el ABC. Sin embargo, como iba solo y no con una novia, la pregunta le deambuló alrededor durante años: “¿Me la bancaré? Vos no sabés si estás preparado para ver a tu pareja tener sexo con otra persona”.

Cuando conoció a Abigail y se enamoraron las preguntas volvieron a salir a flote, ahora sí con una chance real de probarlo.

“Te da miedo, claro, pero al mismo tiempo te dan ganas, querés probar porque ves que hay otras parejas que lo hacen y ves cómo lo disfrutan. De aquella primera pareja a mí siempre me había llamado la atención cómo ellos se agarraban de las manos y se miraban mientras yo estaba con la chica. Se notaba que se querían mucho”.

Abigail Navarro tiene 24 años y se inició en el ambiente a los 20, mientras estudiaba Historia. Una compañera de la facultad que estaba casada le contó que lo había hecho y le recomendó: “Primero decidite, después andá a algún club a probar”.

Ese mismo viernes a la noche dice ella que se arregló, se tomó el colectivo y fue sola a uno que todavía existe, en la Ciudad de Buenos Aires. “Yo tenía un montón de dudas así que me dije ‘probá, si no te gusta te vas’”, cuenta ella. “Pero fue un camino de ida”, se ríe y aprovecha para desmontar el mito más grande.

“Mucha gente cree que llegás a un club swinger y están todos desnudos teniendo sexo con todos, y no. Lo primero que vas a ver son parejas bailando, tomando un trago. Al principio el clima es tranquilo, después para tener sexo están los reservados, donde por lo general hay sillones, una luz muy tenue, un ambiente muy sensual”.

Abigail llegó y bailó sola en la pista, por lo que no se le acercó una pareja interesa en el intercambio total, sino una buscando un trío sexual: “Les gusté, me gustaron, y esa misma noche hice mi primer trío. Me acuerdo cuando entré al reservado… vos ahí ves a otra gente que está teniendo relaciones y eso genera un clima muy sexual”.

Los dos llegaron al ambiente a través de los tríos, aunque “lo habitual -cuenta él- es que se arranque en el mundo swinger en pareja estable de mucho tiempo”, como una fantasía que los dos quieren concretar. “Igual -observa- cada vez están llegando parejas más jóvenes, de veintipico”, en las que la monogamia ya no parece una obligación.

Así que Abigail empezó a ir todos los viernes y todos los sábados, y cuando conoció a Matías tuvo el mismo deseo y los mismos temores que él. “¿Me voy a bancar ver al hombre que amo teniendo sexo con otra mujer?”.

Hasta que decidieron intentarlo y lo primero que ella sintió -cuenta ahora, para no dársela de “elevada”- no fue placer sino “inseguridad”.

Swingers con todas las letras

En el ambiente swinger hay, a grandes rasgos, dos reglas generales. Una es “respeto hacia tu pareja y hacia la pareja con la que vas a tener un encuentro sexual”, explica él. La dos es un derivado de la 1: “No es no”.

“Es decir, supongamos que vos estás sola o con tu pareja, nosotros nos acercamos y vos decís ‘no’. Ese ‘no’ se respeta a rajatabla. Eso no lo ves en un boliche tradicional donde es al revés: el que insiste gana. Acá el que insistió pierde, porque un ‘no’ rara vez se revierte y los terminan sacando”.

Tampoco es que haber entrado a un club significa que ya diste el consentimiento y estás obligado a hacer de todo: “No es cierto que entrás y ya sos carne de cañón. Tampoco que si sos hombre y no te gustan los hombres tenés que hacerlo igual”. Se puede ir a un encuentro swinger sólo a conocer el ambiente e irse sin haber tenido sexo. Es más: es lo que recomiendan antes de probar el intercambio sexual.

Lo cierto es que, más allá de las reglas generales, cada pareja arma su propio acuerdo: los “sí”, los “no”, los “hasta dónde”. También “¿y si me estoy sintiendo mal, ¿qué hago?”, “¿y qué nos guardamos para no compartir con nadie?”.

Hablar de todo

Dice ella: “Creo que mi mayor miedo era ‘¿voy a estar a la altura de la otra mujer?’ ‘¿Si la otra chica tiene más experiencia en el swinger y yo no sé qué hacer?’. Hay mujeres en este ambiente que son imponentes, hay otras que no tienen una belleza hegemónica pero tienen una actitud y una sensualidad que sobrepasa todo”.

Y sigue: “Las inseguridades suelen aparecer, yo al principio me sentía inferior, y se lo dije a él. ‘Me está pasando esto y no sé qué hacer’, y él me decía ‘tranquila, ellas tienen su esencia y vos tenés la tuya, vayamos de a poco’. Y cada vez me fui sintiendo más segura. Por eso creo que si una buena pareja tiene que tener buena comunicación, una pareja swinger tiene que tener el doble”.

Agrega él: “No sólo en las mujeres suelen aparecer esas inseguridades, muchos hombres se fijan si el otro hombre tiene mejor cuerpo, o la tiene más grande”. La clave es ir a disfrutar de a dos, no a competir.

Elegir bien primero

Hay quienes van a ciegas, sin saber con qué pareja se van a encontrar, menos sus gustos sexuales. Es una opción. “Nosotros nos fijamos dónde, cómo y con quién primero y vemos antes si nos gusta”, dice él.

“Instagram está lleno de parejas swingers y está bueno primero charlar y ver cuáles son los intereses de la otra pareja. Yo, por ejemplo, no voy a ir a un encuentro con alguien sadomasoquista si eso no me gusta. O tal vez es una pareja en donde los dos son bisexuales, ¿para qué voy a ir a encontrarme con una pareja donde el hombre es bisexual si yo no lo soy?”.

El “dónde” es porque prefieren ambientes más íntimos. En su caso personal, aunque dirigían el club que fue clausurado, hacían sus intercambios sexuales en hoteles y en encuentros privados en casas.

Parejas, no farsas

“Conozco mucha gente que se mete en el ambiente, deja a su pareja en casa y llega con alguien que conoció en Tinder, o con una trabajadora sexual. Yo soy medio talibán en eso: no está bueno, porque estás fomentando el engaño. No te vamos a pedir la libreta de matrimonio pero que sean una pareja como nosotros es otra regla”, sostiene él.

¿Para qué? “Para estar en igualdad de condiciones. Yo estoy yendo con ella, que es la persona que amo, hay otras personas que llegan a un encuentro swinger con la madre de sus hijos o el padre de sus hijos. Vos estás mirando si el otro se pone el preservativo, que no haya riesgos, y si los otros no son pareja, ¿que está poniendo en juego? Nada”.

Todo juntos

Matías y Abigail acordaron no hacer intercambios cada uno por su cuenta sino “todo juntos”. “Hay parejas que tienen el morbo de hacer el intercambio pero en distintas habitaciones y a nosotros no nos gusta eso”, dice ella.

“Nos gusta hacer todo juntos, mirarnos, esa es la gracia. Yo quiero verlo a disfrutar a él y que él me vea”.

¿Y si algo no te está gustando?

“Abigail es de armas tomar. Si algo no le cierra se levanta y dice ‘esto no me está gustando’, como corresponde. Es tu cuerpo: no tenés que hacer un guiño ni una mueca. Lo decís y se corta, punto”, dice él.

“Si ves que tu pareja está insegura o se siente incómoda lo que hay que hacer es cortarlo. Lo primero que tenés que cuidar es a tu pareja, eso es lo preciado. A mí no me gusta si ella la está pasando mal, no me divierte, no me calienta”.

Dice ella: “Siempre le decimos a los demás y es nuestra regla también: no se hagan favores, no hagan algo que no quieren por complacer al otro, porque eso tiene un precio muy alto”.

Que la pareja decida hacer un intercambio sexual no significa que deba aceptar todo. “Nosotros nos guardamos algunas cosas muy íntimas sólo para nosotros”, dicen.

Una es el sexo anal. La segunda es que ninguno puede tener un orgasmo en la boca del integrante de la otra pareja. La tercera es que no les toquen los pies.

“Muchos creen que si te metés en este ambiente la pareja se destruye, tu marido se va a ir con la otra mujer. Y no, es una cuestión sexual, el amor es otra cosa”, cierra ella, que hace pocos meses aceptó la propuesta de matrimonio que él le hizo en el club frente a 300 personas. “El amor también es algo que guardamos para la pareja”.

La boda estaba programada para noviembre en Swap, con la clausura, quedó en pausa. Matías y Abigail, mientras tanto siguen reuniéndose con gente del ambiente para debatir diferentes objetivos. Uno es “educar”.

Contar todo lo que acaban de contar “para que vean que no somos una manga de depravados haciendo orgías todos con todos, sino que son prácticas consensuadas entre mayores de edad”, cierra él.

Piensan que sólo rompiendo el tabú, lograrán “abrir las cabecitas de quienes nos gobiernan” para poder ser, algún día, una actividad comercial regulada y no un misterio oculto detrás de la fachada de un viejo restaurante.

Compartí esta noticia