Fue a comprar remedios y se llevó el corazón del farmacéutico

Sami y Nacho se conocieron cuando ella entró a su local para curar una simple bronquitis. Él la atendió y vaticinó, “vas a volver”. El acercamiento “al límite” de él. La primera salida. Y la…

domingo 11/12/2022 - 8:51
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Sami y Nacho se conocieron cuando ella entró a su local para curar una simple bronquitis. Él la atendió y vaticinó, “vas a volver”. El acercamiento “al límite” de él. La primera salida. Y la decisión que ambos tomaron y cambió sus vidas

Samanta Torres nació el 2 de abril de 1980 en Quilmes, donde vivió con sus padres y sus tres hermanos. Allí fue al Ausonia, un colegio italiano de la zona, y terminó la secundaria en una escuela del Estado. Una vez que se recibió de Licenciada en Administración de empresas viajaba todos los días desde Quilmes a Capital por su trabajo, hasta que a sus 32 años decidió mudarse sola a Palermo. Se estuvo por casar con su primer novio “con alianza de oro y todo incluido, y lo dejé”, y luego varios noviazgos largos. “Siempre fui muy Susanita -dice- pero entre bache y bache tenía una vida divertida”.

Ignacio Lapeña nació el 5 de marzo de 1983 en Lanús, y vivió prácticamente toda su vida en Quilmes. Completó su educación en el Quilmes High School, una institución donde asisten las familias más acomodadas de la ciudad sureña. “Yo todo lo contrario que ella; parejas estables casi no tuve, nada serio. Me gustaba salir muuucho”, dice con su sonrisa pícara, quien vivió hasta los 36 años con su mamá, y agrega como justificándose, “fui un bebé muy buscado, mi mamá estuvo cinco años buscándome, así que hasta que viví con ella le apagaba la luz y le sacaba la almohada”. Aunque también puede que haya asumido este rol de padre protector en el hogar, luego de que a sus 17 años su padre muriera, producto de una enfermedad y en cuestión de tres meses.

La historia de amor

Era mayo de 2018 y Samanta estaba en el comienzo de uno de sus “baches”. Pero ese miércoles que trabajaba para una multinacional desde su casa, en Palermo, se sentía mal. “Tenía tos, me dolía el cuerpo, entonces me fui a hacer home office a lo de mi mamá en Quilmes para tomar un poco de aire”. A los 38 años, volver al hogar familiar todavía era lo más parecido a tomar una batería de antigripales cuando se sentía decaída. Una vez allí, Adriana -su mamá- le insistió que vaya a la guardia a hacerse ver. Bastaron tres insistencias para que Samanta acceda: se sentía realmente mal.

Manejó hasta Carlos Pellegrini y Bernardo Irigoyen, estacionó y entró a la guardia del Sanatorio de la Trinidad de Quilmes. Cuando la atendieron, el médico de guardia le diagnosticó “bronquitis”, y enseguida le recomendó: “No te vayas a la Maga -la farmacia más conocida de la zona- que seguro está llena. Andate acá enfrente que va a haber menos gente y te van a atender más rápido, así ya te podés ir a descansar a tu casa. Pero volvé el sábado así veo cómo seguís”.

Ese miércoles Nacho volvía a su trabajo en la farmacia después de un mes de vacaciones con amigos en Europa. Sami cruzó y fue directo a Gregori, la botica menos concurrida según lo indicado por el médico. Apenas entró quedó impactada por un morocho bronceado detrás del mostrador. “Lo vi, todo facherito con camisa medio abierta, súper quemado en pleno otoño y yo hecha pelota. -”Para mí no”, se apura Nacho- Ahí, una empleada me dio lo recetado, y el morocho de la caja me cobró”.

-¿Qué tenés? -quiso saber él. -Bronquitis. -No te medicaron bien, vas a ver que vas a volver porque no te vas a curar. En tres días volvés -diagnosticó Nacho.

Muda, Samanta le alcanzó la tarjeta de crédito, le devolvió una sonrisa y se marchó. Cuando volvió a la casa de su mamá no pudo dejar de comentarles a Wanda y Carolina, sus hermanas, “no saben el caño que me atendió en la farmacia”, aunque enseguida admite que hasta el momento tenía preferencia absoluta por los rubios, “pero lo vi a él y me encantó”.

Luego de tres días, Samanta volvió a ver al médico de la Trinidad de Quilmes que, como había vaticinado el morocho de la farmacia, le indicó otro tratamiento. También regresó a Gregori, la farmacia de enfrente, y consecuentemente al morocho. “No me acordaba de él cuando volví a la farmacia pero en cuanto lo vi me sonreí por dentro”.

“¡Volviste!”, sonrió él entre la alegría de volver a ver a esa chica especial y el orgullo de haber acertado con su pronóstico. Desde que nació, Nacho trabaja en la farmacia que su familia adquirió cuando él tenía sólo un año. Intercambiaron receta por medicamentos y esta vez, a la hora de pagar, el morocho se lanzó: “¿Querés que me ponga el ambo y te vaya a cuidar a tu casa?”, dijo por lo bajo. Sami respondió a la oferta con un “me podés cobrar”, pero como a veces los gestos dicen más que las palabras, Nacho asumió que el brillo de sus ojos castaños junto a su franca sonrisa eran un claro “Sí”.

Al día siguiente, domingo 13 de mayo de 2018, cuando Samanta chequeó su celular, le llamó la atención una notificación del messenger de Facebook, chat que no solía utilizar. Abrió el globito y comenzó la fiesta sorpresa: “Hola Samanta, ¿estamos mejor de salud?”. Y lo que siguió fue una charla personalizada sobre remedios y consejos médicos entre farmacéutico y clienta -la cual si fuera in situ sería habitual en el contexto de la farmacia- y el chat fluyó sin que ninguno lo tomara como un hecho extraño o fuera de lugar.

“Viste, no me dejaste cuidarte”, se acercó Nacho al objetivo, en su versión más moderada. “En mi vida anterior ya había hecho cualquiera, y como de todo se aprende dije ‘nunca más’”, le parecía que a sus 35 años era hora de encaminarse. “Tenía el número de teléfono también porque antes se dejaba en el papelito de la tarjeta de crédito, pero le hablé por messenger porque era muy fuerte mandarle un Whatsapp”.

Después de tres horas de chat y ante una conversación que se extendía, el instinto de Nacho vio luz verde y preguntó:

-Ah, perdón por mi atrevimiento, ¿estás casada, en pareja o algo de algo? -Jaja, no. Nada.

Ahora sí. La charla tomó otro color y los mensajes fueron y vinieron como flashes. El fin de semana pasó y durante un mes -con mudanza al Messenger de por medio Whatsapp- sus corazones fueron acercándose a través de las pantallas de los celulares que no cesaban hasta altas horas de la madrugada. También, a la vieja usanza, se llamaban por teléfono. La cita se hizo esperar por viajes y compromisos de ambos hasta que un día coincidieron y la reunión estaba marcada.

Un mes más tarde, Nacho la pasó a buscar por el departamento de Medrano y Soler, y salieron de gira por los bares de Palermo. Todo se daba tan a la perfección que lugar a donde iban encontraban para estacionar en la puerta. Sami se pidió su trago preferido con whisky y, lo mismo Nacho en cada uno de los tres speakeasy que visitaron, “¿Viste cuando nadie come?”, resume él. El clima se ponía cada vez más alegre y desinhibido, ella bastante “juguetona”, hasta que el farmacéutico le aclaró, “Mirá que yo no beso en la primera salida”.

Hecha la advertencia, salieron del último destino coctelero y el caballero llevó a la dama a su domicilio. “Cuando llegamos a mi casa, me estoy por bajar del auto y le tiro la boca, y él me dice, ‘No, te dije que yo no beso en la primera noche’. Me cortó menos diez”, se ríe con el recuerdo. “Soy un tipo con palabra”, se defiende Nacho. “No sentí que me golpeó el rebote porque yo estaba medio borracha”, tanto era el mareo de ella que al bajar ni cuenta se dio que se le cayó el teléfono a la vereda. “Che, se te cayó el celular”, dijo él y ella desapareció de la escena disimulando haberlo notado.

Pasada la resaca, Samanta recordó el episodio del no-beso y dijo “a este pibe no le doy más bola, me cortó la cara ya está”. En la semana hubo un par de intentos de volver a concretar una salida de parte de Nacho, y ella -siempre recordando el rechazo- se hizo la interesante. “Pero qué onda”, quiso saber el morocho, “si querés no te escribo más”. El “apriete” hizo efecto; ella había perdido un poco el interés hasta que esa frase la volvió en eje. Así, una semana más tarde se concretó la segunda cita. Cenaron en Babel, un restó cerca de River, llovía y cuando subieron al auto se besaron. “El beso no fue wow, más bien tranqui, no me flasheó. La tercera salida fue la mejor”, cuenta Sami, “esa fue mundial”.

“Tengo una sorpresa”, llamó Nacho al otro día a su chica, “tengo un lugar para llevarte pero te tenés que armar un bolsito para pasar el día; yo voy a llevar un par de cositas y nos vamos a ir de picnic”. A Sami, que nació para la aventura, le divirtió la idea de irse de campamento con este casi desconocido. Si bien es verdad que hacía un mes y medio venían hablando por teléfono, lo cierto es que se habían visto cuatro veces de las cuales la mitad habían sido como clienta y farmacéutico. “Dije re, yo estaba re copada, no tenía idea de lo que iba a pasar”. Su intuición le decía que la propuesta iba más por el lado de las plumas que el césped, así que se calzó un body escotado con unas botas bucaneras, se tiró purpurina, y se entregó al show. “Yo estaba re empilchada; ¡fui directo a la guerra!”

Nacho lo tenía todo pensado y armado. La pasó a buscar por tercera vez y la llevó a su “camping de lujo”, el cual había dejado cada detalle planificado desde esa misma tarde: “¡De repente, llegamos al Howard Johnson de Av. 9 de julio! Él ya había estado arreglando todo porque me llamó la atención que ni pasamos por la recepción, subimos directo a la habitación. El tipo desplegó un bolso y empezó a sacar: sushi, vino, destapador, copas, dulce, tragos, parlantito, ¡de todo! Y me dice, ‘y para después’ mostrándome una botellita de aceite para masajes”, risas, “y ahí arrancó todo”. Comieron, escucharon música, la pasaron bárbaro hasta el otro día que la llevó nuevamente a su casa de Palermo.

“Nunca hablamos de noviazgo, se fue dando solo todo re lindo”, dice Nacho. Y a los dos meses cuando empezaron a hablar de algo más serio, el pasado revoltoso de él hizo de las suyas: día de semana, 3 de la madrugada, lo llama una chica al celular. Lo que provocó una pelea en la pareja de esas que angustian pero también sirven para medir en dónde está y para dónde va la relación; separar o unir definitivamente. Y lo último fue lo que pasó.

Nacho que era un soltero sin apuro, “un tiroteador empedernido”, se dio cuenta que lo que sentía por la chica que lo había flechado en la farmacia era diferente. “Ahí quise terminar con todo y empezar con ella. Apenas la conocí a mí me encantó y dije quiero seguir acá”.

No en vano sintió algo especial desde el primer instante que la vio. Al poco tiempo de salir los sorprendió un gran hallazgo. “Un día hablando de nuestra infancia, Sami me cuenta que frecuentaba cierta calle de Quilmes en la cual vivía su abuela. Yo andaba por ese barrio de chiquito y enseguida que me contó eso la recordé: un día con un amigo la vimos salir de esa casa con su hermana, y la miré, me acuerdo, me quedó. Ella es igual que de chiquita. Cuando me dijo que ahí vivía su abuela le dije, ‘¿Posta, eras vos? Me gustabas desde chiquita’”, rememora Nacho.

En plena pandemia y a los dos años de conocerse se mudaron a vivir juntos, con Lola la perrita que adoptaron. Lo que sigue es la llegada de su bebito, “René o Renato, todavía no nos decidimos”, en enero 2023.

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