Este sábado por la mañana, Verdini -la peluquería en donde ocurrió el crimen de Germán Medina- abrió sus puertas después de más de tres semanas.
A las 10, puntual, Fernando, uno de los compañeros de la víctima y del homicida Abel Guzmán, levantó las rejas del local de cara a la reapertura. Con un nerviosismo difícil de esconder y un optimismo forzado, preparó todo para la llegada de las clientas y, ante la pregunta sobre cómo arrancaban el primer día, se limitó a decir: “Bien”.
A esa hora, la calle Beruti al 3017 estaba desolada, y la lluvia fina y molesta hizo que las salidas de los vecinos sean breves. Pese a ello, unos minutos después, llegó la primera clienta, Ana. Con un inesperado entusiasmo y una sonrisa, saludó rápidamente y dijo que no podía hablar porque “porque tenía un bautismo y se tenía que peinar”.
La peluquería Verdini está ubicada casi en la esquina con la calle Austria, es un local mediano con un salón dividido para las zonas específicas de los diferentes trabajos: corte y peinado, color y lavado. En el interior, la recepcionista se limitó a trabajar con la concentración fijada en su computadora y sólo levantó la vista hacia la ventana que está frente a su escritorio en pocas ocasiones. “No quieren hablar”, afirmó la custodia policial que se presentó a primera hora, según TN.
El puesto en donde trabajaba Germán Medina se ubica en una de las esquinas del salón, exactamente donde Guzmán le apuntó con un arma y le disparó sin piedad. Seguramente sin saberlo, la primera clienta fue a sentarse allí, a la espera de que una de las peinadoras la prepare para el evento.
A esa hora, la calle Beruti al 3017 estaba desolada, y la lluvia fina y molesta hizo que las salidas de los vecinos sean breves. Pese a ello, unos minutos después, llegó la primera clienta, Ana. Con un inesperado entusiasmo y una sonrisa, saludó rápidamente y dijo que no podía hablar porque “porque tenía un bautismo y se tenía que peinar”.
La peluquería Verdini está ubicada casi en la esquina con la calle Austria, es un local mediano con un salón dividido para las zonas específicas de los diferentes trabajos: corte y peinado, color y lavado. En el interior, la recepcionista se limitó a trabajar con la concentración fijada en su computadora y sólo levantó la vista hacia la ventana que está frente a su escritorio en pocas ocasiones. “No quieren hablar”, afirmó la custodia policial que se presentó a primera hora.
El puesto en donde trabajaba Germán Medina se ubica en una de las esquinas del salón, exactamente donde Guzmán le apuntó con un arma y le disparó sin piedad. Seguramente sin saberlo, la primera clienta fue a sentarse allí, a la espera de que una de las peinadoras la prepare para el evento.
No estuvo mucho tiempo y al salir, después de media hora aproximadamente, su expresión cambió a una más fría y distante. Evitando las cámaras, se subió rápidamente a un auto que la pasó a buscar y se fue sin dar muchos detalles.
Por otra parte, Mónica, la segunda clienta que llegó para teñirse el pelo, dijo que no conocía a Medina y a Guzmán a pesar de que repetía sus visitas desde hace seis meses. Su argumento fue que el cariño y la confianza a su peluquero, Fernando, no le impedía volver a dicha escena. “Para mí es normal volver acá”, reconoció sin tapujos.
En el transcurso de la mañana, Verdini siguió atendiendo a sus clientas a puertas cerradas, ya que, cada vez que llegaba alguien, uno de los empleados las recibía consultando si tenían turno. Sin embargo, el clima de tensión se sentía en sus miradas de preocupación hacia las ventanas y en la tercera clienta que llegó en un taxi y que tardó unos minutos en bajar. Al presentarse en la entrada, dejó ver su nerviosismo y no dio detalles de su visita más que unos cuantos balbuceos.
La zona en la que ocurrió el crimen parece tranquila. Más allá de las condiciones del clima, no hay mucha circulación en las calles, especialmente los fines de semana. “Es un barrio de gente grande, a ellos no les gusta que vengan los medios y por eso no quieren hablar”, explicó la custodia. Dicha hipótesis se cumplió cuando algunas personas comenzaron a asomarse con curiosidad por la llegada de las cámaras, pero sólo el tiempo suficiente como para alejarse rápido y evitar las preguntas.
“La gente de acá se siente insegura, hay miedo”, comentó Andrés, un joven que trabaja en el kiosco de su tío, ubicado frente a la peluquería. Según explicó en diálogo con TN, el crimen fue algo que impactó mucho en los vecinos porque generalmente “es muy tranquilo”.
“Después de lo que pasó, vino la policía y estuvieron unos días, pero después no vinieron más. Ahora, hace poco, volvieron a aparecer porque iba a reabrir pero se quedaban hasta las 10 de la noche y no quedaba nadie. No les importa”, apuntó.