Perdió el trabajo en pandemia y le demuestra a su hijo el valor de no rendirse: “Sé que está orgulloso de mi”

Sergio sufrió una separación abrupta que le trajo una marcada depresión. Llegó a pesar 160kg y en la pandemia perdió su trabajo, pero se reinventó, no baja los brazos y sueña con abrir una rotisería. El sinuoso camino que supo sortear a fuerza de voluntad y con su hijo como motor para seguir haciendo y ser su ejemplo. “Mientras yo pueda laburar, el va a estudiar, es lo único que quiero como padre”.

lunes 05/09/2022 - 23:41
Compartí esta noticia

Todos los días Sergio Hernández se apuesta en el semáforo de la intersección de la avenida Libertador y calle Marcelino Reyes, a un costado de la Administración de YPF. Lo hace desde el mediodía y hasta no vender todo no se va, pero su rutina comienza varias horas antes, cuando se levanta a las 6 de la mañana para amasar, preparar todo y pasar tiempo con su hijo.

Sergio nació hace 37 años en Comodoro y hace dos que trabaja vendiendo pancitos saborizados en el barrio General Mosconi. Primeramente fue para sortear el mal momento que generó la pandemia, que en su arribo lo dejó sin su trabajo en una pescadería.

“Mi jefe no pudo seguir trabajando conmigo, es entendible”, cuenta sin rencor. Fueron dos años trabajando allí, y anteriormente varios más de changas para sobrevivir. Antes de ello, tenía un almacén cuya administración compartía con su ex esposa, pero una ruptura amorosa lo dejó sin nada. “Con la depresión después de la separación se complicó”, confiesa a EL COMODORENSE.

A la crisis que le generó la partida de una compañera crucial en su vida, con la que estaba casado y había compartido una década y media, también se sumaba su salud física. “En un momento llegué a pesar 160 kilos, obviamente ahí el cuerpo te dice pará”, recuerda.

CRISIS Y OPORTUNIDAD

Con un panorama desolador, pero con la intención de sobreponerse a todo y darle el ejemplo a su hijo, primero Sergio comenzó a ejercitarse de a poco para colaborar con su descenso de peso. “Cuando arranqué tuve que empezar caminando, las rodillas dolían, los tobillos dolían”, pero tenía un objetivo fijo.

En un acto de fortuna o destino, vio el anuncio de una bicicleta. Justo contaba con el dinero suficiente para comprarla, y lo hizo. “Desde ese momento se convirtió en mi medio de transporte. El colectivo lo uso solo cuando salimos para otro lado”.

Hoy gracias a la bici y su trabajo Sergio luce con muchos kilos menos, algo que pudo lograr con mucha voluntad. “Todos los días tenemos la oportunidad de cambiar, para hacer una dieta no hay que esperar al lunes o el primer día del mes. Hay que tomar la decisión y decir ‘hoy lo hago’. No te va a salir bien a la primera, quizás no te sale bien a la cuarta pero la cosa es perseverar”, confía.

«Todos los días tenemos la oportunidad de cambiar. No te va a salir bien de primera, quizás tampoco a la cuarta, pero la cosa es perseverar»

Las cosas comenzaron a mejorar y la vida parecía darle un guiño, porque cuando todavía estaba sin un trabajo fijo y viviendo a base de changas, llegaría una alternativa a la que se abrazaría y que al día de hoy sigue ejerciendo con creces. Fue mediante un amigo que vino de Tierra del Fuego, quien probó sus pizzas y le propuso vendérselas a los automovilistas en algún semáforo.

“Yo que trabajaba en atención al público medio que dudaba, pero me animé. Hice unas pizzetas y las vendí acá en el semáforo de Marcelino Reyes, por suerte funcionó”, y así comenzó su nuevo labor.

“Con el tiempo me di cuenta que podía trabajar mejor haciendo pancitos, y ahí comencé en junio del año pasado a cocinarlos. Comencé con 15 docenas y ahora en un buen día puedo llegar a vender 30”, indica con una sonrisa en su rostro.

Sergio vende la docena de pancitos rellenos a $300 pesos. Está todos los días desde el mediodía y hasta las 20.30h sobre la calle Marcelino Reyes del Km3.

El bullicio de fondo no opaca la voz de Sergio, que con alma de vendedor mira si hay algún brazo saliendo de la ventanilla de un auto pidiendo sus pancitos de orégano, queso o salame.

Sus ventas no se despegan de la regla general: “Todo depende de la altura del mes”. Como mimetizándose con el mundo de los semáforos, dice que “hay que hacer malabares” para que la plata rinda “porque nunca alcanza”.

UN LUGAR EN EL MUNDO

La pandemia de Covid 19 dejó a Sergio sin trabajo y con la incertidumbre del encierro producto de la cuarentena. “Ahí me pregunté ‘¿y ahora qué hacemos?’. Yo vivo con mi hijo, somos nosotros dos”.

Sin embargo, tiempo después supo encontrar lo que él define como su lugar en el mundo, al menos por el momento. “Fue una mezcla de crisis y oportunidad. Hoy por hoy quiero creer que voy a apostar a mí”, asegura. Es que su búsqueda laboral por años no surgió efecto. “Por desgracia no estudié, terminé el secundario pero hoy no es suficiente”, remarca.

“Hoy capaz que laburo más horas, pero lo hago para mí”, asevera. Además, su nueva labor va en consonancia con lo que más anhela: el tiempo con su hijo. “Él sale de la escuela y viene, me cuenta cómo le fue y se va para la casa. A la mañana estamos juntos porque laburo en casa, son esas cosas que trabajando en otro lado no lo puedo tener, ahí se compensa”, aduce contento.

Entre la cocina y la calle, llega a pasar hasta 12 horas por día trabajando. “Hoy capaz que laburo más horas, pero lo hago para mí”.

Es consciente de que en esta situación no tiene aportes jubilatorios ni obra social, pero Sergio ya hizo su elección. “Cada vez que elegimos algo perdemos otra cosa. Cuando me separé, mi hijo tenía 7 años y los trabajos que tomaba fueron para que me dieran tiempo de estar con él”.

Así fue que consiguió trabajos que permitieran estar con su hijo en el lugar, como la boletería de la Comisión de Actividades Infantiles en torneos de fútbol para niños o el mismo caso de la pescadería. “Ahí lo podía llevar conmigo. Ahora que está más grandecito lo puedo dejar, je”.

“MIENTRAS PUEDA LABURAR, ÉL VA A ESTUDIAR”

Su hijo creció, comenzó la secundaria y no falta al colegio. El aula es el lugar donde Sergio quiere que esté. “Nunca se me ocurrió decirle que venga, mientras pueda laburar, él va a estudiar, que es lo único que quiero como padre”, sostiene con firmeza.

El camino fue sinuoso y estuvo lleno de momentos arduos, pero no duda en garantizar que “el motor que me hizo seguir adelante es mi hijo”. Su deseo es “que él tenga las oportunidades que se merece”, esa cree que es su responsabilidad como padre. “Sé que mi hijo está orgulloso de mí”, dice a este medio con lágrimas apunto de brotar de sus ojos.

«Sé que mi hijo está orgulloso de mi», confía Sergio, que lo recibe en su lugar de trabajo todos los días cuando sale del colegio.

“Yo elegí estar en este lugar”, repite. El clima no lo intimida, así como tampoco lo hizo la nube de polvo que cubrió a todo Comodoro en la jornada. La lluvia menos. Tiene un objetivo diario que es sostener el hogar, y también proyectos a futuro a los que se aferra con una nueva pareja.

NACIDO EN PANDEMIA

Sin dudas, la pandemia fue el evento más determinante vivido por la humanidad en este siglo hasta el momento, y marcó a fuego la vida de muchos. Por eso es que Sergio quiso resignificarlo, y lo puso en el nombre del emprendimiento que impulsa con su actual pareja.

“Comenzamos a hacer servicio de catering. Producimos combos salados. Sanguchitos de miga, pan árabe, pizzetas. El proyecto se llama ‘nacido en pandemia’, no podía ponerle otro nombre, je”, cuenta entre risas.

Próximamente el logo del emprendimiento estará impreso y pegado en las bolsitas de pan, esas que está orgulloso de hacer y ofrecer a la venta, porque “yo no vendo algo que no compraría”.

No importa el viento ni la lluvia, para Sergio la cuenta es clara: «Hay que comer todos los días, por eso hay que trabajar todos los días».

Si algo hizo Sergio en todo el camino fue soñar, y saber que todo va a estar bien. “Siempre hay que seguir, siempre”, insiste. Comprende que cuando los problemas aprietan, es porque detrás hay un grandísimo premio.

Así es como también proyecta su nuevo objetivo, que planea poder concretarlo cuando el tiempo lo permita: “mi idea es tener una rotisería”. En el proceso, sabe que está dejando la mejor enseñanza a su hijo, que es no bajar los brazos ni cuando el camino tienda a tornarse sinuoso, porque más allá del problema, si se trabaja para salir adelante la recompensa traerá la felicidad propia y del resto.

Compartí esta noticia