Masacre de Trelew: dos hijas de Mario Roberto Santucho serán querellantes

Marcela Eva y Ana Cristina son hijas de Mario Roberto Santucho y de Ana María Villarreal. El primero, líder del Ejército Revolucionario, se fugó de la Unidad 6 de Rawson el 15 de agosto de…

domingo 12/09/2010 - 16:06
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Marcela Eva y Ana Cristina son hijas de Mario Roberto Santucho y de Ana María Villarreal.

El primero, líder del Ejército Revolucionario, se fugó de la Unidad 6 de Rawson el 15 de agosto de 1972; la segunda fracasó en el intento y murió fusilada el 22 de agosto, víctima de la Masacre de Trelew. Ahora, las hijas de la pareja se sumaron como querellantes en la investigación que iniciaron el juez federal Hugo Sastre y el fiscal Fernando Gélvez.

En los ´70, viviendo en Buenos Aires, Marcela dos veces pisó Trelew, de la mano de sus abuelos y de una tía, para visitar a sus padres en la cárcel. La segunda vez, a los 9 años y poco antes de los fusilamientos. “No me gustó por el frío y era todo muy tétrico –le confiesa a este diario-. En la cárcel mi madre nos trató de recibir bien junto con las compañeras, de hacernos bromas, pero no me gustó. Sí ver a mis padres, pero no el lugar”. Quedó encantada por el ambiente solidario en los pabellones para presos políticos.

Pero asqueada por la inspección de la entrada a la U-6, donde los revisaban de pies a cabeza. “Todo me pareció muy hosco y feo”.

Es en esos días cuando el “Santucho” de su apellido le trae problemas. “En la escuela una maestra que se enteró de la Masacre y sabía de mi apellido, me unió con esa noticia y la pasé mal: no podía concentrarme, empecé a bajar las notas y me suspendió. Siempre pensé que lo hizo porque no estaba de acuerdo con mis padres”. Antes no era igual.

A inicios de los ´70 su padre no era tan conocido. Después de Trelew la cosa cambió y todos le preguntaban a la chica qué tenía que ver con el líder del ERP. Extrañaban sus mudanzas continuas y sus cambios de escuela.

-¿Cómo supiste de la muerte de tu madre?

-Siempre critico a mi familia de esa época porque se enteraron por televisión. Estaban muy atentos a las noticias. Se enteraron pero no se animaron a decirnos, así que nos enteramos por televisión.

Nadie vino a decirnos: dejaron la TV puesta y tuvimos que escuchar al periodista que decía el nombre de mi mamá. Fue bastante feo porque siempre me quedó eso: que nombraran 16 personas y todo el mundo esperando que no la nombren hasta que la nombraron fríamente, como una más de la lista.

Esa familia unía trozos de información suelta que recibían del sur. Ni quiénes ni cómo ni cuándo, nada se sabía con certeza. “Me dijeron muy poco porque no había seguridad. Fue un golpe muy fuerte aunque a los 9 años todavía no entendía muchas cosas. Fue una sorpresa fea para todos”.

Refugiado en el Chile de Salvador Allende, su padre logró un permiso para llamar a la familia en Buenos Aires. “Se estaba por ir a Cuba; habló primero con su mamá, después con nosotras tres (la tercera hija se llama Gabriela) para recordar a nuestra madre. Tenía la voz quebrada y nos dijo que nos vería en unos meses, que volvería”. Y un día Santucho volvió decidido a mandar a sus hijas a Cuba.

“En su estadía había arreglado que fuésemos a estudiar allá la primaria, pero a los 6 meses le dijimos que queríamos volver al país.

Tanto insistimos que aceptó”. Entonces comenzó “lo que fue la mejor época de mi vida” ya que “decidió que íbamos a empezar a vivir en las casas operativas con él porque ya éramos más grandes y nos quería educar”.

Marcela convivió con los militantes y sus familias. “Me gustaba porque todos los compañeros eran muy buenos con nosotras, jugábamos con sus hijos y nos sentíamos mucho más libres porque eran jóvenes y nos dejaban, no como mi abuela que era más estricta”.

En diciembre del ´75 cayó en manos de la fuerzas de seguridad una casa donde convivía con una tía. “No nos pasó nada porque ella no militaba. Nos soltaron como carnada, para guiarlos hacia papá”.

La seguridad de Marcela ya no estaba garantizada y se asiló en la Embajada de Cuba. No volvió a ver a su padre y en julio del ´76 supo de su asesinato. En la Navidad del ´76 pudo irse a tierras de Fidel Castro.

Terminó la secundaria, pero se aburrió. “Mis abuelos habían ido a Ginebra, en Suiza, a denunciar a la dictadura ante la ONU. Les dieron asilo político y se quedaron a vivir. Les dije que no me sentía contenida ni quería quedarme a vivir en Cuba y me fui con ellos”.

Logró estudiar francés e inglés y recibirse de antropóloga, con especialidad en religiones incas y mayas. Hace 3 años regresó al país. Ahora para quedarse y si fuese posible en Santiago del Estero, donde nació.

(Jornada)

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