Lo que dejó el triunfo de Trump

La razón por la que Hillary Clinton no logra articular sus objetivos políticos de forma atractiva es porque en buena parte carece de ellos. Es muy difícil movilizar a la gente alrededor de la idea…

domingo 13/11/2016 - 19:55
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La razón por la que Hillary Clinton no logra articular sus objetivos políticos de forma atractiva es porque en buena parte carece de ellos. Es muy difícil movilizar a la gente alrededor de la idea de que en realidad ellos no pueden protagonizar grandes cambios en sus vidas y necesitan ser realistas. Al menos el partido Republicano tiene la decencia de mentir con mayor descaro sobre cuánto mejorará todo una vez que los ricos dejen de pagar impuestos. Y Trump puede hacerlo porque detrás de esa mentira dicha, sus votantes escuchan una verdad mucho más profunda: que la legitimidad de los ricos para imponer sus intereses sobre el resto es apenas una parte de un sistema de jerarquías más vasto en el que, aún si todos los votantes de Trump fueran a seguir siendo postergados, los blancos en general y los hombres blancos en particular volverán a disfrutar de la libertad negativa de saber que su posición relativa siempre será mejor que la de las minorías que dejan atrás.

trump

Fallaron las encuestadoras, los análisis sofisticados, el olfato de casi todas las Cancillerías del globo. Tal se equivoquen menos (o nada) quienes festejan y quienes deploran que Donald Trump haya sido elegido presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. Celebran el Ku-Klux-Klan, el Tea Party, las derechas racistas y expulsivas de Europa. Se movilizan y se aterran las minorías que habitan en suelo gringo, los mexicanos que tienen a Trump por vecino, los trashumantes de todo el planeta que buscan cobijo fuera de sus países para conseguir trabajo, paz, una vida pasable para sus familias. He ahí, digámoslo de antemano, una de las tesis de esta columna.

Se enfrentaban dos alternativas malas, prevaleció la peor. Ocurrió en la mayor potencia del planeta, es más que posible (jamás el futuro está escrito del todo) que el mensaje moral y la oleada victoriosa se traslade a otras geografías. En cualquier caso, fortifica a las derechas anti globales, xenófobas en cualquier latitud. Esa es una segunda tesis, que ojalá sea errada pero que exuda verosimilitud.

Una elección en Estados Unidos repercute en todo el mundo, un cambio histórico lo haría (todo indica que así será) con más gravedad.

El autor de esta columna no es todólogo, como aspiran a ser tantos formadores de opinión. No incursionará en el mapa electoral norteamericano, en el corte de clases que favoreció a Trump. La mirada que se intenta se coloca lejos, en un confín sur del mundo. Tomará puntos de vista ya divulgados, renunciará a la profecía, tan lastimada en 2016. Solo señalará escenarios posibles, repercusiones. Lo que más le atañe y preocupa es la victoria de un programa de gobierno discriminatorio, racista, xenófobo, machista, homofóbico, ínsitamente violento en la mayor potencia del planeta.

Tres aspectos ahondan la desolación. El primero es el consenso que condensó el martes y que viene ganando posiciones en casi toda Europa, con picos altos en Francia, Alemania, Hungría, Holanda y siguen las firmas.

El segundo es que el programa de Trump exacerba tendencias ya existentes y en ascenso aún entre aquellos que lo confrontaron en las urnas.

El tercero, apenas la intuición de un observador, es considerar posible que la cruzada moral sectaria de Trump cale hondo, que se cumplan en el corto plazo buena parte de sus peores promesas. Sin dar por seguro nada porque la incertidumbre es uno de los signos de la etapa de la globalización.

Corazón amurallado: Trump les habló al corazón y al bolsillo de sus conciudadanos, como hubiera dicho un dirigente de otra comarca. En este abordaje, poco diremos de su propuesta económica y casi nada en lo referente a Estados Unidos. Apenas señalar que es más sencillo reducir los impuestos a los ricos y hasta a las clases medias que recuperar la actividad, generar trabajo, re-industrializar. Seguramente un país-continente tiene mejores perspectivas que otros menos ricos o poderosos. Pero de cualquier manera, la lógica del capitalismo del siglo XXI viene arrasando y es dura de matar.

Pinta como mucho más realizable el mensaje al corazón de millones de personas. Agrandar murallas, expulsar inmigrantes, sin hacerle ascos a reprimirlos. Relajar las reglas constitucionales que limitan el encarcelamiento de las personas, las penas sin juicio, el libre tránsito por el territorio. Confundir la prevención y la lucha contra el terrorismo con el señalamiento a priori de presuntos terroristas y asociarlo a pertenencias religiosas, países de origen o simplemente portación de aspecto.

Todos esos vicios y muchos más ya existen, Trump no es su inventor. Pero promete ahondarlos hasta el paroxismo, agravar los males, los hace su programa explícito. Lo suyo no es una acentuación sino un salto cualitativo, ligado a una mirada salvaje sobre el mundo y los derechos humanos.

En una columna publicada en Página 12 el jueves el académico Juan Tokatlian define al proyecto de Trump como “un ideal reaccionario” pues “(busca) regenerar una suerte de arcadia regresiva o edad de oro en el que país gozaba de esplendor material, la sociedad era bastante armónica y la nación resultaba más soberana”. Tokatlian señala que ese ideal “apela a los miedos, ansiedades y resentimientos anidados en una parte muy amplia de la sociedad estadounidense”.

El enemigo cercano: El establishment fue una de las bestias negras del discurso del presidente electo. Ese adversario lo tomó en solfa primero, lo dio por derrotado después, fue vencido en suma.

Los votantes, se presume, están hastiados del statu quo y sus portavoces. El problema ulterior es similar al de tantas derechas populares: la ofensiva no se detiene en los cuadros intelectuales o políticos de Washington ni en las grandes corporaciones. Elige como enemigo a quienes son en verdad otras víctimas, más visibles y cercanas para las personas de a pie que antes vivían mejor. Los mexicanos, los inmigrantes, los que tienen pinta de musulmanes, los diferentes. Los otros, que están a dos cuadras o en la misma ciudad o separados por una frontera que debería ser tan abierta como las del flujo de capitales.

Desigualdad redoblada: El sistema constitucional norteamericano fomenta la exacerbación de las desigualdades. El sufragio voluntario, está comprobado empíricamente, promueve que participen en mayor proporción los estratos sociales más ricos, o más educados o las dos cosas. Una serie de vallas burocráticas- administrativas, selectivas, fomenta esa asimetría. En su nota, sugestivamente publicada antes de las elecciones, Semán recorre esas barreras fácticas. Que se vote un día hábil es una de tantas.

Es contracorriente elogiarlo, lo haremos: el sufragio universal y obligatorio, formidable institución de los partidos nacional populares argentinos, funciona como fomento a la participación de los más humildes.

Es capcioso el sistema de elección indirecta, en el que el ganador de un estado se queda con todos los electores, sin representación proporcional.

De ordinario, el que saca más votos, gana en el Colegio electoral. Esa regla reconoce contadas excepciones en la historia estadounidense. Las dos últimas ocurrieron en 2000 y 2016, en ambas los demócratas sacaron cortas ventajas de votos ciudadanos y perdieron en la suma de electores.

La injusticia se propaga en el mundo espantoso al que queremos “volver”. Ironizamos apenas cuando repetimos que todos los habitantes del globo deberían votar en las presidenciales norteamericanas porque influirán en su futuro.

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