
La vida del sacerdote José Luis “Pepe” Aramburu se entrelazó con la historia de su gente, en Acevedo, partido de Pergamino, un pequeño pueblo rural de la provincia de Buenos Aires.
Su llegada a este lugar no fue solo como cura, sino como un hombre comprometido con la comunidad, dispuesto a compartir su fe y brindar apoyo en los momentos de necesidad.
A lo largo de su trayectoria, logró dejar una huella profunda que trascendió las fronteras de su rol religioso y que, además, lo unió con figuras como Jorge Mario Bergoglio, Papa Francisco.
Aramburu conoció a Bergoglio en 1965, cuando ambos eran jóvenes, en pleno seminario. En esos años, la vida de Aramburu ya se orientaba al servicio de los demás, y no fue casualidad que encontrara en el joven jesuita a alguien con una visión similar de la vida.
“Lo conocí en Buenos Aires, cuando él era un joven jesuita”, recordó Aramburu. A lo largo de los años, compartieron experiencias, pero fue en un hogar de cuidado para personas con discapacidades, el Cotolengo de Don Orione, donde Bergoglio demostró su verdadera vocación. “Era un hombre joven, pero entregado por completo a ayudar a los demás. Eso me impactó profundamente”, aseguró.
Sin embargo, la vida de Aramburu no solo estuvo marcada por esos encuentros. A finales de los años 70, después de haber sido exiliado a Roma, el regreso a Argentina lo llevó a la pequeña localidad de Acevedo, donde asumió el cargo de sacerdote en la parroquia Santa Teresa de Jesús. Desde entonces, su vida se fundió con la de los vecinos, quienes lo veían no solo como un líder espiritual, sino como un amigo cercano, siempre dispuesto a brindar ayuda en momentos difíciles.
La vida en Acevedo
Acevedo es un pueblo rural con raíces profundas, donde se dice que Jorge Luis Borges -otro célebre vínculo de Bergolio- recreó su infancia, en las adyacencias de la estancia familiar de su madre, Carmen Acevedo.
Allí cada 15 de octubre es el día de su patrona. Cada vez que llegaba ese día ,las celebraciones de Pepe, en el hermoso templo inaugurado en 1899, se llenaba de fieles que recordaban las primeras luchas de los pobladores para construir un lugar de culto.
A pesar de las adversidades que vivió, incluida su experiencia en el exilio, Aramburu nunca perdió la conexión con su comunidad. Los tristes recuerdos de la dictadura, aunque presente en su vida, quedó en un segundo plano frente al amor y la dedicación con los que se entregó a su tarea pastoral.
A sus 80 años, guarda en su memoria el tiempo que pasó al frente de la parroquia de Acevedo. “Me gradué en la Universidad Gregoriana en el Vaticano y ni bien terminé el curso me vine a Acevedo. Estuve 34 años hasta que llegué a una edad, me jubile, y sigo siendo cura sin responsabilidad pastoral”, compartió.
Durante su tiempo en el campo, no solo cumplió con su misión religiosa, sino que también se sumergió en las vidas de sus feligreses. “La estadía en el campo fue muy linda, tenía una parroquia de un radio de 60 kilómetros, desde el arroyo Manantiales hasta el arroyo del Medio y desde Conesa hasta cerca de Pergamino”, relató con nostalgia.
En esa vasta extensión, “había tres pueblitos y cinco escuelas de campo. En ese inmenso territorio conocí a todo el mundo, bauticé a los hijos de los que había bautizado en Acevedo, y dejé una cantidad de amigos muy fieles, familias enteras que me hacen parte de sus historias humanas y cristianas”, remarcó.
La vida rural le permitió conectar profundamente con sus feligreses y, a la vez, continuó su formación en la fe. “La gente de campo me dejó enseñanzas muy fuertes, yo aprecié mucho la vida rural. Podía estudiar y seguía dando clases en el seminario de San Nicolás, en el lugar donde los muchachos se preparan para ser curas”, destacó.