Estuvo al borde de la muerte, perdió un embarazo y un viaje a Londres torció su destino para siempre

Juliana tenía 46 años cuando se separó de su novio después de comprar una casa con él y no poder ser madre. Recuperada del peor año de su vida, se decidió a viajar sola y…

viernes 08/04/2022 - 10:25
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Juliana tenía 46 años cuando se separó de su novio después de comprar una casa con él y no poder ser madre. Recuperada del peor año de su vida, se decidió a viajar sola y abrió Happn, una aplicación de citas. No esperaba encontrar al amor de su vida.

Fue lo más horrible y doloroso que le pasó. Cuando finalmente despertó, los médicos dijeron que tenía suerte de estar viva. Tenía 46 años y al trauma de perder un embarazo de cuatro meses se sumaba la certeza de que ya no había chances de intentarlo de nuevo, según publica Infobae.

Cuando estuvo un poco mejor, con su novio decidieron tatuarse cada uno en la muñeca la línea de los signos vitales. También comprar una casa juntos, un poco como parte de la recuperación, para poner la energía en ese proyecto. Juliana vendió su departamento, contrataron a un arquitecto, empezaron a pensar en las reformas. De a poco las cosas parecían acomodarse.

Pero a sólo tres meses de escriturar, él le soltó el temido “tenemos que hablar”: estaba confundido y quería separarse.

“Así que, recién recuperada de un año trágico, me quedo sola, con una casa a medias, sin un lugar donde vivir y sin saber qué hacer», explicó.

Y agregó: »Tenía dos opciones, deprimirme muchísimo, y tenía todas las razones del mundo para deprimirme muchísimo, o salir adelante. Y a mi nunca me gustó regodearme en el dolor, no me podía permitir convertirme en una víctima”.

Juliana Fortunato dice que entendió que hasta ese momento siempre se había llevado bien con ella misma, con su carrera. Había fundado una empresa de relaciones públicas orientada al entretenimiento –Pulpo PR– que era su orgullo profesional, tenía amigos y una familia que eran su red, y una vida social intensa.

“Dejé de batallar. Una noche, me acuerdo perfecto, me desvelé, y dije: ‘¡Ya sé lo que tengo que hacer! Tengo que sacar un crédito en el banco y comprar la otra parte de la casa. Esa casa es mía y no tiene ningún valor emocional. Me la voy a apropiar.’ Y eso fue lo que hice. Le compré su parte a mi ex, le hice las reformas que yo quería, y a los dos meses me mudé», cuenta.

Y continuó: »Quedó divina. Pero cuando me vi sacándole fotos y subiéndolas a Instagram pensé que si seguía siendo solamente esa señora que compartía rincones de su casa en las redes, también me iba a terminar queriendo matar”.

En un impulso, planeó unas vacaciones sola por Europa. Un premio por cómo había dado vuelta las cosas: se había comprado una casa, se sentía emocionalmente fuerte y, de yapa, más linda que nunca. Un amigo le prestó su casa en Londres para agosto. Sacó un pasaje. El primer día dio vueltas hasta el cansancio absoluto. Entre eso y el jet lag, cayó rendida en el sillón del living y con las últimas fuerzas prendió la app de citas que usaba en Buenos Aires.

A la mañana siguiente se encontró con más de 30 matchs. Pasó de largo varios. La foto de perfil de Jonny (por Jonathan) no estaba tan buena, él era o parecía guapísimo, sí, pero salía medio fuera de foco, como si no le interesara demasiado el asunto. Y sin embargo le gustó su sonrisa –“hermosa”–, el verde del fondo, y lo que decía de sí mismo: tenía 50 años y disfrutaba más o menos las mismas cosas que a ella, “la naturaleza, hacer deportes, estar con su familia”, no mucho más.

“Me acuerdo hasta de la textura de lo que tenía ella puesto. Me acuerdo de cada imagen porque estaba como encantado, de una manera que no es normal», dice Jonny.

»Yo todavía no hablaba nada de español y ella no hablaba tan bien en inglés como ahora y, sin embargo, desde que la vi, todo fue natural. A los veinte minutos nos estábamos haciendo selfies y grabamos un video de los dos juntos, muertos de la risa. Todo se sentía demasiado bien. Y me pasaba algo que fue realmente una señal: desde que la ví, ya no quise estar en ningún otro lado. Mi mente estaba justo ahí, tal vez por eso me acuerdo tan bien de todo”, expresó.

Y entonces caminaron y cruzaron el río en el ferry, y hablaron todo el tiempo sin parar. Y fueron a un restaurante que obviamente tenía vista panorámica de toda la ciudad, aunque para ese momento a ella le importaba poco ver el skyline londinense. “Nos echaron de ese restaurante y de dos bares, nos habíamos encontrado a las 7 de la tarde y a la 1 de la mañana todavía queríamos seguir charlando”, cuenta.

Pero Juliana tenía un viaje programado al día siguiente, y no lo podía cancelar. Parecía que todo iba a quedar ahí, en esa noche.

Ya en Turquía, la amiga de Juliana soportó que se pasara días chateando con ese perfecto desconocido.

»Estábamos muy manijeados los dos, y mientras yo estaba en Estambul, él me pidió permiso para sacarse pasajes para ir a visitarme a Buenos Aires en octubre y en noviembre y también que me volviera dos días antes a Londres para que pasáramos un fin de semana juntos en Le Manoir, en Oxford, un lugar híper romántico en la campiña inglesa», comenta Juliana.

En los seis meses que siguieron, se vieron seis veces. Y a sólo dos meses de conocerse, imaginaron el futuro. Hicieron planes para los meses que venían: Año Nuevo en Río, presentaciones familiares, y la mudanza de Juliana a Londres en abril del año siguiente. Significaba para ella, en principio, reformular su trabajo, considerar si estaba lista para vender su parte de la empresa que antes había sido el centro de su mundo, pensar qué haría con su casa.

Por primera vez, le pareció que todo eso podía estar en segundo lugar, porque lo que le importaba en serio ni siquiera necesitaba pensarlo. Y entonces sí, pudieron brindar.

En esa charla, Jonny también le preguntó a Juliana si quería volver a intentar la maternidad. Le dijo que si era su deseo, él estaba listo. Juliana sintió que ahora que lo tenía todo y era tan feliz no quería arriesgarse a morir en el intento. Estaba conmovida de saber que él, teniendo cuatro hijos, deseaba ser padre junto a ella, y también la conmovía que entendiera que ya no tenía el deseo de poner el cuerpo. “Es un varón hermoso”, dice.

Cuando finalmente Juliana se instaló en Londres comenzó el lockdown por la pandemia. Pero ellos estaban en plena luna de miel y abrazando sus diferencias culturales como parte del combo que los enamoraba. Y en el medio, Sasha. Juliana comparte hoy la crianza del menor de los hijos de Jonny con él y su mamá en una armonía casi tan natural como la que se dio entre ellos dos desde el primer like, al punto en que también la madre viajó a pasar la última Navidad con ellos en Buenos Aires.

Y a los planes que comenzaron aquella tarde mientras caminaban por las calles de Londres se sumaron más.

El 20 de agosto del año pasado, exactamente tres años después de esa primera salida, en un viaje a los Alpes y rodeados de un entorno tan “estúpidamente romántico” que a ella se le dio por poner en su teléfono el soundtrack de La novicia rebelde, Jonny se arrodilló y sacó una cajita que tenía un anillo. Juliana lloraba como en las películas pero escuchó clarito cuando él le dijo: “I will be honoured if you accept being my wife” (“Voy a estar honrado si aceptás ser mi mujer”).

La bajada de esa montaña, dicen los dos, fue el momento más feliz de sus vidas. Un poco para confirmarlo, en su último viaje a Buenos Aires, sobre la línea de la vida que llevaba en la muñeca, Juliana se hizo tatuar flores silvestres: “Siento que tengo la oportunidad de vivir otra vida que no estaba en los planes y que me la merezco toda, porque me animé, porque hice todo lo que tenía que hacer para tratar de estar mejor y transformar ese dolor en algo que me pusiera en otro lugar. Y en esta historia de amor quedé mucho más allá de la vida o la muerte; dejé que creciera la naturaleza por todos lados”.

El casamiento será el 30 de agosto, en Londres, cuatro años y diez días después de la primera vez que sintieron que nada, ni la distancia, ni el idioma, ni las barreras culturales, ni los dolores del pasado, eran más fuertes que la corazonada que les decía que ya no tenían que estar en otro lado. Cuatro años y diez días después de la tarde en la que se animaron a seguirla.

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