Elevando la mirada por encima de nuestros condicionamientos culturales

Por Eduardo Conde La adopción por parte de parejas gay fue el punto de mayor desencuentro durante los debates de la ya aprobada ley de matrimonio homosexual. Cuando se instaló el tema en la sociedad,…

domingo 18/07/2010 - 12:03
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Por Eduardo Conde

La adopción por parte de parejas gay fue el punto de mayor desencuentro durante los debates de la ya aprobada ley de matrimonio homosexual.

Cuando se instaló el tema en la sociedad, no hace mucho tiempo, sino a partir de las acciones públicas llevadas a cabo por las organizaciones que nuclean a la comunidad gay, debo admitir  sin tapujos que mi primera reacción estuvo abiertamente  en contra de la iniciativa.

Incluso cuando el proyecto de ley fue tratado en la Cámara de Diputados de la Nación, y comenzó a hablarse de la equiparación de los derechos mediante la inclusión de las parejas homosexuales dentro de la institución matrimonial consagrada en el Código Civil, también me pareció en extremo inapropiado.

Ni que hablar, cuando la cuestión abordó los aspectos vinculados a la adopción. Finalmente llegó el debate a la Cámara de Senadores y tuve la oportunidad de escuchar las diversas opiniones vertidas en el recinto.

En mi fuero íntimo anhelaba que el proyecto de ley no fuera aprobado en los términos consagrados.

No obstante lo expresado, debo reconocer un cambio en mi percepción de las cosas, y sobre este particular deseo ahondar en el análisis.

Me quedan resabios respecto de mi postura inicial, en dos aspectos puntuales. Sigo pensando sin mucha convicción ya, que la equiparación de esta unión con la institución matrimonial no hubo de ser lo propio. Mi otra objeción está vinculada a la adopción en las parejas homosexuales.

Trataremos junto al lector de acudir al empleo de la verdadera inteligencia, aquella que está despojada de todo condicionamiento, con el fin de entender el fenómeno de la culturización como instrumento de consolidación de las conductas humanas.

El pensamiento no es el camino que debe transitarse a los fines del entendimiento, por que el pensamiento es memoria y la memoria atenta contra la libre reflexión.

La memoria es pasado, y en ella están las huellas del inconciente colectivo, aquel que se ha forjado a lo largo del tiempo, de generación en generación. Ese contenido es cultura, y esta es la base de nuestro pensamiento.

REFLEXIONAR ENTRE TODOS

Por eso invito al lector a reflexionar desprovistos de todo resabio, elevando la mirada por encima de nuestros condicionamientos culturales.

La homosexualidad es un hecho, y en este último tiempo ha cobrado fuerza como realidad humana.

La homosexualidad no es una  elección sino un designio de la naturaleza del hombre, seguramente forjada con elementos genéticos y culturales. Una conjunción de factores aún imprecisos.

Dicho esto, y acudiendo a la empatía, es decir, a la capacidad de situarnos en el lugar del otro, advierto desde esa inteligencia reflexiva, que si estuviera en esa situación, seguramente aspiraría al  pleno reconocimiento de mi condición humana .

Es como si mi heterosexualidad estuviese prohibida. Buscaría por todos los medios revertir las cosas a fin de ser aceptado y reconocido.

A partir de esta simple construcción mental, admito entonces el derecho de los homosexuales a poder unirse legalmente, y gozar de las prerrogativas consagradas en la ley para las uniones heterosexuales.

Ahora me pregunto, siguiendo esta línea argumental: esa unión hubo de equipararse al matrimonio tradicional, como ocurriera?

Si acudo a la inteligencia que no me condiciona, digo que si. Si por el contrario acudo al pensamiento condicionado, digo que no.

Dice la cultura occidental y cristiana -la nuestra-,   que el matrimonio tradicional, el de la unión del hombre con la mujer, es el principio de las cosas. Allí nace la familia que da sustento y perdurabilidad a la sociedad -padre, madre e hijos-, de forma que cualquier unión de dos o más personas que no se ajuste a este cometido existencial, no habría de llamarse matrimonio.

Pero es la cultura la que me condiciona para  pensar de tal modo.

Si me despojo de mis restricciones, puedo decir que no obstante no ser factible la procreación en la unión de dos personas del mismo sexo, pues la especie habrá de continuar igualmente en su camino de perpetuación, ya que las parejas heterosexuales seguirán procreando. En consecuencia, desde este lugar, debo admitir que esas uniones se llamen –igualmente-matrimoniales.

Y concluyo preguntándome: pueden estas parejas adoptar o utilizar otro método de procreación, ¿comó ha sido legislado?

Aquí encuentra su fin mi inteligencia superior. Ya no puedo reflexionar disociándome.
No puedo ponerme en el lugar del otro. No me da el entendimiento.

No se de las consecuencias de esta apertura humana. No se de las mentes de esos niños hechos hombres.  No lo se.

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