
Ariana y Valeria fueron noticia en los últimos días por su desaparición haciendo trekking en el Cerro Lindo de El Bolsón, y tras pasar las 48 horas de su desaparición se temía lo peor.
Casi sin abrigo, sin poder hacer fuego, sin señal y sin comida pasaron tres días en una densamente forestada parte del cerro, donde optaron por permanecer hasta ser encontradas en vez de moverse y buscar ayuda, con todo el riesgo que esto implicaba debido a la geografía del lugar.
«Las estaban buscando desde el viernes. Bomberos voluntarios, refugieros, brigadistas, Gendarmería, Policía de Montaña y miembros del Club Andino se turnaban sin descanso. El Cerro Lindo es inmenso, profundo, cargado de filos, mallines y cañadones que se pierden entre la niebla. No es un lugar donde uno se extravía: es un lugar donde se lo traga la montaña. Peinarlo entero requeriría cientos de personas. Aun así, lo intentaron. Todos dieron lo mejor, y cada hora que pasaba, con las temperaturas cayendo, sumaba angustia. Ya iban dos noches a la intemperie, con lluvia, sin fuego, sin abrigo. La preocupación crecía», narraron los pobladores.
Aquella vez Hernán, Santiago y Aldo González salieron con su perro Leleque a rastrillar los pies del Cerro Lindo. La noche anterior, Chiguay, otro poblador de la zona y ex refugiero del Cerro Lindo, se comunicó con ellos para contarles que había dos chicas perdidas y preguntarles si podían ir al otro día a buscarlas.
A caballo y con los perros, se dividieron estratégicamente según su experiencia, buscando en lugares donde sabían que no hay señal de celular, en zonas con reparos naturales, pensando con lógica y con intuición. Fue Aldo quien, junto a Leleque, dio con las chicas. «El perro alzó el hocico y comenzó a ventear con insistencia. Aldo, que lo conoce bien, supo al instante que algo había olfateado. Lo siguió, y poco después encontró a Ariana y Valeria. Vivas. Tiritando de frío, con hambre, mojadas, pero conscientes», indicaron.
Aldo llamó a Hernán y a Santiago, que llegaron enseguida. Armaron un fuego, las alimentaron, las abrigaron. Luego iniciaron el descenso a caballo, cuidándolas paso a paso por la montaña húmeda. Nadie más estaba arriba. Los rescatistas los esperaban abajo, atentos y listos para el traslado.
Y antes del helicóptero, un último gesto que dice más que mil palabras: en la casa de los González, las esperaban la hermana, las hijas, las sobrinas, con la cocina encendida, mate caliente, café, té y tortas fritas recién hechas. No fue solo hospitalidad: fue alivio, fue abrazo, fue humanidad.
La historia tuvo final feliz porque Ariana y Valeria resultaron ilesas y la localidad de El Bolsón celebró con sus familias que esta vez la naturaleza les dio una segunda oportunidad.