Dejó de ser cura para casarse con una catequista: “Me sentía como un animal salvaje”

Adrián Vitali se enamoró de Alejandra y a los 30 años decidió dejar la Iglesia, a la que posteriormente criticó con la publicación de varios libros: “Es una perversidad tremenda”.

domingo 19/01/2025 - 11:42
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Adrián Vitali es el fiel testimonio de que la vida puede tomar giros inesperados. Cuando tenía 30 años, el cordobés dejó de ser sacerdote para seguir el llamado de su corazón: ocurrió a partir de un beso inesperado y un castigo divino que no sintió. Adrián tomó una decisión que transformaría sus días.

“Me sentía como un animal salvaje al que mandaban nuevamente a su hábitat”. El hombre de 57 años comenzó su camino pastoral a los 18. “Crecí en una familia común, en un pueblo llamado que pronto se tragó la ciudad. Había una plaza, la comisaría y una iglesia”, recordó.

Su inquietud comenzó a alimentarse del propio deseo de hacer: Adrián se vio interpelado en su adolescencia por un fuerte interés en la comunidad y la acción social. “Cambió todo cuando un día vi a un cura joven, que llegó en bicicleta y se puso a jugar al fútbol con nosotros. Eso me impactó. No era un sacerdote tradicional, sino alguien comprometido con la humanidad”, explicó.

Cuando terminó la secundaria ingresó al seminario y comenzó su formación como sacerdote. Fueron años de sacrificios y renuncias. Entre ellas, el celibato, pero también la imposibilidad de salir con sus amigos. Adrián solo contaba con algunas horas del domingo para visitar a su familia: “Antes de las 21 tenía que volver”, explicó.

Su historia es un viaje de fe, lucha social y redescubrimiento personal. Hoy, vive en Río Tercero, un pequeño pueblo a 100 kilómetros de Córdoba, con su esposa Alejandra y dos hijos. Trabaja en la municipalidad de Córdoba, en un área dedicada al presupuesto participativo, pero sus raíces están firmemente plantadas en un pasado que lo marcó profundamente: su paso por la iglesia y su búsqueda de justicia social.

“Renuncié al uso de la sexualidad cuando ni siquiera la había experimentado”, precisó. “Fueron años duros, con exigencias que me desgastaron tanto física como emocionalmente”, agregó. A pesar de eso, Adrián perseveró y fue ordenado sacerdote junto a otros seis compañeros.

Después de la ordenación, Adrián fue enviado a una parroquia en Villa Libertador, “una barriada grande, como si fuera La Matanza pero en Córdoba”. Durante aquellos años su vocación no se limitó únicamente a los ritos religiosos: Adrián buscaba darle de comer a un compromiso social profundo.

“Pedí ser ordenado en la villa. Era una experiencia de muchas carencias, de vivir con austeridad, y decidí no ser un cura burgués”, afirmó quien aprendió a vivir con lo mínimo, compartiendo la pobreza y la lucha diaria de la comunidad. “No teníamos para comer muchas veces. Había un choripanero enfrente de la iglesia que a veces nos regalaba un choripán”, rememoró.

El día que descubrió estar enamorado: “No hubo castigo”

La vida de Adrián cambió radicalmente cuando conoció a Alejandra, que en aquel entonces trabajaba como catequista en una cárcel de mujeres. “Sentí que me movilizaba desde adentro. Siempre digo que el amor sucede, no depende de méritos ni virtudes”, confesó. Ambos se descubrieron con profundidad en un contexto peculiar. Fue un sábado por la noche, una peña en la que compartieron vino y empanadas hasta la madrugada.

Cerca de las tres de la mañana, cuando Adrián decidió irse pensando en que en cinco horas tenía que encabezar una misa, Alejandra le propuso subir a su departamento y tomar un café: “Subimos y me tiré en el sillón, estaba fundido. Ella se me acercó y me dijo que tenía una lagaña. Cuando la tuve a pocos centímetros le pregunté: ‘¿Es pecado besar a alguien que se ama?’ Ella me dijo que no, y ocurrió el beso”.

Aquel beso fue un punto de inflexión. “Fue redescubrir mi cuerpo de nuevo. Sentí que no hubo castigo alguno”, reflexionó. Adrían no sintió culpa, aunque Alejandra sí, lo que hizo que ella luchara internamente con sus propios valores y creencias. Pero la relación avanzó, y Alejandra quedó embarazada. Fue allí cuando Adrián tomó la decisión de dejar el sacerdocio.

Adrián abandonó la iglesia a sus 30 años. Fue un proceso doloroso, marcado por la sensación de “traicionar” una institución que lo había formado durante años. “Ellos sentían que perdían a un funcionario que habían preparado durante siete años”, dijo Adrián, quien debió atravesar un proceso de mucha dificultad cuando buscó integrarse nuevamente en el mundo laboral.

Se fue a trabajar a una fábrica, donde se encontró con un sindicalista cercano al patrón. Cuando intentó oponerse a las injusticias laborales, fue echado. “Me pedían que traicionara a los compañeros. Pedí el estatuto para leerlo y esa tarde me enviaron una carta documento”, sostuvo.

Según información de TN

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