Nadie puede dudar de la extraordinaria capacidad de trabajo de Mario Das Neves. Su vocación de liderazgo, sus férreas convicciones, su firme impulso para conducir un equipo de trabajo. Tampoco es materia de duda su visceral identidad justicialista, su desenfrenado coraje para la acción, antes que la radical inanición que en este y otros territorios han demostrado otros partidos o alianzas a la hora de gobernar.
Mucho menos puede dudarse su predilección por el desarrollo de las comarcas más aisladas; el justo reconocimiento a los miles de chubutenses que –de a centenares- eran casi desterrados en su propia tierra.
Sin embargo, la mitad de los chubutenses el 20 de marzo le dijo ¡basta! a ciertos defectos que derivan de las mismas virtudes.
Si fuera posible resumir en un solo error principal, la suma de pequeños factores que le jugaron en contra, ese error es el mesianismo. Un defecto que –digámoslo de paso- es común a la inmadura clase política argentina. O, a los argentinos, que cíclicamente compramos cantos de sirena, que solo reemplazamos por otros que se le asemejen bastante…
El mesianismo, no es poca cosa. En principio, porque desdibuja fatalmente virtudes extraordinarias. Pero, quizá más grave, porque genera hordas de obsecuentes en los entornos directos e indirectos, que le hacen perder al conductor todo contacto con la realidad.
Ese clima en las cercanías del poder, alimenta primitivos fanatismos; forja pasajeros “amores de estudiante”, y multiplica la arrogancia y el destierro imperdonable de la tercera verdad peronista llevándose tras de sí también a las otras diecinueve.
El mismo clima le genera al poder, antípodas. Promueve el amor, o el odio. Divide a la sociedad en fracciones irreconciliables, la crispa, y la lleva al hartazgo.
Genera efectos tan curiosos como mentirosos: hace que el comodorense más querido por el gobernador, sea más querido en Trelew que en Comodoro; logra que su modelo sea más desconfiado en Rawson mismo, que en el resto de la provincia.
La Historia reivindicará seguramente el periodo dasnevista. Quizá los estudiosos más detallistas consignen al mismo tiempo que las bondades del modelo respondían al mejor momento del precio internacional del petróleo y las extraordinarias regalías que aportó el sur de la provincia a la caja pública. También es probable que lo enmarquen en la revolucionaria bisagra que puso un par de presidentes patagónicos, al poner a la Economía al servicio de la Política, y no a la política condicionada por la economía.
Tal vez, algún historiador mal intencionado, diga que por aspiraciones personales presidenciales, el señor Das Neves mordió la mano de los que le dieron de comer, olvidando la tan justicialista lealtad que él mismo exigía incondicionalmente a sus seguidores.
Quizá, la historia, logre –finalmente- ocultar que Mario Das Neves también había sido el Secretario General del peor gobierno chubutense, veinte años antes, cuando no había un peso para repartir, en plena crisis petrolera mundial.
Por Daniel Alonso