Una sociedad en busca de una nueva identidad

Hay señales de cambios profundos en las conductas sociales y en la interacción con el sistema democrático, sobre todo en los jóvenes; Milei es un catalizador, mientras el peronismo permanece ajeno

domingo 23/11/2025 - 13:24
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uando se está por cumplir un mes desde la elección del 26 de octubre que le otorgó a Javier Milei un triunfo contundente, la profundidad de ese pronunciamiento social no deja de destilar elementos clave para entender mejor el país que transitamos. Más allá del desglose del resultado y de las evaluaciones netamente políticas, navega un interrogante inquietante, de implicancias superiores: ¿está cambiando la sociedad argentina, su modo de pensar, de valorar, de actuar? ¿Hay dinámicas que trascienden al fenómeno libertario que están transformando el modo de imaginar el país y su futuro?

La sociedad argentina da señales de haberse vuelto irreconocible para las élites. Procesa sus frustraciones y sus esperanzas en secreto y disfruta al sorprender. Dice que la está pasando mal, e igual vota mayoritariamente por un Gobierno que llegó en su peor momento a la fecha de la elección. Que se conmueve con el ajuste a los jubilados, a los discapacitados y al Garrahan, pero frente a las urnas parece guiada por otras prioridades. Una sociedad que odia la corrupción de la casta, aunque se muestra indulgente ante $LIBRA o los negociados en la Andis. Que percibe que los viejos paradigmas ya no la representan, desde el Estado y los partidos políticos, hasta los sindicatos y los movimientos sociales. Que consume menos y admite que no llega a fin de mes, pero que cree que el año próximo su situación mejorará. Que se siente empoderada en su individualidad.

La elección del mes pasado demostró que el triunfo libertario de 2023 no fue una falla del sistema, sino que capturó el espíritu de época. No fue un ataque de ira social; se trató de una anomalía con justificación. Recuerda al Brexit en 2016: las élites decían que había sido un error alimentado por las falsas premisas de los nacionalistas, pero en los años siguientes los británicos volvieron a votar a los conservadores que habían impulsado la salida de la UE.

Hay un consenso amplio en interpretar que Milei representó el vector de ruptura de un sistema que se estaba resquebrajando. En 2023 la sociedad no votó sólo un candidato excéntrico; eligió dar vuelta la página de la historia reciente.

Sin embargo, hay muchas más dudas en torno de si Milei también encarna el inicio de una nueva fase, o si sólo representa una transición hacia un destino desconocido. Si la sociedad volvió a votar por LLA para terminar con la tarea de demolición del viejo régimen; o si se trata de algo más medular y en realidad ya asimiló parte de sus premisas como un primer paso de la nueva era.

Hay dos razones de peso para pensar que la sociedad argentina, tal cual la conocimos, puede estar mutando. La primera es de carácter local, y está representada por el historial de frustraciones que viene acumulando en las últimas décadas. El hartazgo procesado ya no como estallido social en las calles sino como una implosión silenciosa.

La sociedad hizo un desgaste emocional muy grande para votar en 2023 por un outsider sin ningún antecedente, pero sintió que necesitaba algo más profundo que una mera alternancia. Fue un voto cargado de rebeldía. Ahora no estaba dispuesta a volver a cambiar; no quería asomarse otra vez al abismo de lo incierto. Fue una elección de autopreservación.

La segunda razón es de carácter global y está relacionada con la transformación tecnológica, que en lo que va del siglo no sólo alteró los procesos industriales y las lógicas laborales, sino también las relaciones humanas y los modos de interacción. Esto modificó la dinámica de vinculación con las instituciones y los modos de representación. Hay indicios de una sociedad menos dogmática y más pragmática en su modo de conectarse con la política; con identidades más laxas e intereses más claros; una sociedad que evalúa el juego democrático en función de la capacidad que ofrece para responder a sus demandas. Son cambios que preceden a Milei, y que lo exceden, pero que el líder libertario parece representarlos con naturalidad.

Hoy no hay en el horizonte otros referentes que lo estén interpretando. Ni siquiera el peronismo, que siempre contó con un termómetro social muy agudo. Hoy el PJ ya no puede convocar a amplios segmentos sociales que en algún momento estuvieron de su lado, y existe la presunción de que el manifiesto doctrinario que siempre lo vinculó a los sectores populares hoy está en crisis. ¿Qué representa la idea de justicia social o de Estado presente para un joven de un barrio popular del conurbano, cuyos padres se cayeron del sistema en 2001 y que jamás en su vida tuvo alguna referencia con el mundo de la formalidad, ni en lo laboral, ni en lo educativo, ni en lo sanitario?

Desde la restitución democrática, es la tercera vez que el peronismo pierde dos elecciones seguidas contra la misma fuerza. La primera se produjo en la secuencia 1983-1985 contra el alfonsinismo, y la respuesta vino de la mano de la profunda renovación de Antonio Cafiero, y de la llegada de Carlos Menem tras una interna histórica. Fue el origen de una hegemonía de diez años. La segunda se generó en 2015-2017 contra el macrismo, y ahí la solución ya fue un mero reciclado de viejos actores (Cristina Kirchner, Alberto Fernández, Sergio Massa) sin un proyecto actualizado. Sobrevinieron cuatro años breves y olvidables. ¿Qué tipo de reacción puede producir ahora el peronismo frente al doble traspié contra los libertarios? ¿Está en condiciones de volver a representar a los nuevos sectores populares? Las nuevas formas que está adoptando la sociedad lucen como un laberinto para un PJ cristalizado en el tiempo.

Del colectivo al individuo

La politóloga Ana Iparraguirre entiende que el activador principal del voto en octubre fue “el miedo a las ideas del pasado, no sólo a los actores del pasado. Con esta lógica interpreta, por ejemplo, el debate que se dio por los recortes en el Garrahan o a las universidades. “La crítica que hicieron ciertos sectores de esas medidas es percibida como la defensa de un status quo que ya no tiene el mismo significado que en el pasado”. ¿Esto quiere decir entonces que hay una actitud menos colectiva, en un país que históricamente se jactó de su carácter igualador y de su clase media aspiracional?

El último trabajo de Pulsar UBA, titulado “Creencias Sociales: Estado, mercado y derechos en la Argentina actual”, parece echar algo de luz sobre este interrogante. Cuando pregunta, por ejemplo, por la creación de empleo, el 54% dice que es tarea del sector privado; y al responder sobre las empresas de servicios públicos el 56% dice que tiene que mantenerse privatizadas. Sin embargo, ante la pregunta de si el Estado debe asistir a los pobres, el 77% considera necesaria esa ayuda.

El informe concluye: “Estos datos muestran un lento pero sostenido corrimiento de las preferencias sociales, aunque relativiza la posición de una sociedad volcada, sin matices, hacia el mercado. En este sentido, la Argentina parece acompañar un corrimiento hacia lo privado en la economía, pero conserva aún espacios destacados para un rol público activo”. Cambio, sí; revolución, no.

El sociólogo Juan Carlos Torre patentó hace tiempo un concepto central para interpretar una de las particularidades de la sociedad argentina: el “impulso igualitario”, que vendría a ser la tendencia opuesta a las jerarquías estratificadas de otros países de la región. Es una noción que, basada en la matriz social original de la Argentina y en la influencia de la inmigración europea, moldeó a lo largo del siglo XX una expectativa de ascenso social y de equiparación de oportunidades.

En la última edición de la revista académica Prismas, Torre se permite preguntarse por la vigencia de ese concepto en un artículo que titula “Naides es más que naides”. Allí señala: “La ancha avenida de la democratización social por la que se desenvolvía el país no sólo está hoy menos transitable de lo que estuvo en el pasado. También ha visto crecer a sus costados importantes bolsones de marginalidad social. Ante un paisaje tan sombrío surge una pregunta: ¿cuánto perdura del anhelo igualitario que vertebró por tanto tiempo la trayectoria argentina?”.

En línea con el informe de la UBA, Torre no percibe que esa pulsión haya desaparecido; entiende que ha mutado. “La tendencia individualista no cancela ese impulso, porque al mismo tiempo busca un principio de igualdad; se respira un deseo de ‘no me dejen afuera’. Creo que hay una igualdad por resultados, que podríamos sintetizar en la justicia social del peronismo; y hay una igualdad de oportunidades, que es la que viene de la época de los inmigrantes y en torno de la cual hoy gira esa tendencia individualista”.

Esta doble demanda social es la que heredan los libertarios. Es un reclamo para que el Gobierno le permita al individuo crecer y desarrollar su potencial, pero al mismo tiempo atienda los desequilibrios que puede generar ese proceso.

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