Son los 34 ocupantes de las dos embarcaciones capturadas pescando ilegalmente en diciembre. El capitán de una de las embarcaciones, decidió que se suelden las bodegas.
Más allá de los gestos ampulosos y el alto tono de voz, al límite de lo imperativo, a los tripulantes de los barcos chinos les resulta imposible entablar algún diálogo. Y no es por mala disposición o la falta de interés, ya que los 34 tripulantes partieron desde su lejano país natal hace más de ocho meses en una campaña de pesca que los trajo sin querer, al otro lado del mundo. Y no alcanza a veces con el universal lenguaje de las señas. Sólo uno de los tripulantes habla un rústico inglés y ciertamente, al grupo le cuesta hacerse entender, indica hoy un informe del diario Jornada.
Aunque parezca difícil determinarlo con certeza, sus edades oscilan entre los 25 y los 35 años y son a juicio de quienes los tratan a diario, cordiales, gentiles y muy respetuosos. En su país viven embarcados, cobrando un equivalente de tres mil pesos argentinos por mes. Igual nunca les falta una sonrisa más allá de la situación que atraviesan.
Su rutina es repetida al punto del aburrimiento: suelen levantarse muy temprano, alrededor de las 6 y a las 8, ya aguardan en la guardia de acceso al Puerto, el momento en el que se les permite salir. Lo hacen elegantemente vestidos y pulcros. Ostentan relojes imponentes y cadenas aunque pocas veces de oro. Usan pantalones de vestir y son especialmente cuidadosos con su vestuario, exhibiendo zapatos al tono y en la mayoría de los casos, costosas camisas de seda y modernos anteojos de sol.
Los pescadores deben exhibir su documentación personal al momento de retirarse y están obligados a regresar a puerto a las 14. Les está especialmente vedado el ingreso de bebidas alcohólicas, ni hacerlo en estado de ebriedad. Las condiciones se cumplen sin ningún tipo de excepción y son los propios efectivos de Prefectura Naval Argentina los encargados de que preserve el control de las embarcaciones como del egreso e ingreso de las tripulaciones.
Casi como personajes pintorescos, sus rostros pudieron observarse en fotografías con comodorenses en las redes sociales y aunque les está permitido recibir visitas, nunca han requerido de este derecho. Se han ganado amistades entre algunos comerciantes orientales del centro aunque los horarios estrictos que se les fijó para estar en tierra, le impiden cualquier otro tipo de esparcimiento.
Convertidos en “turistas a la fuerza”, no están exentos de que se intente sacar partido de su situación. Debieron apelar a sus conocimientos de artes marciales y a su carácter agresivo en casos que lo requieren, cuando un taxista pretendió cobrarles un viaje en cien dólares. Del mismo modo, expresaron su sorpresa cuando un comerciante inescrupuloso salvó la semana al venderles un modesto paquete de fideos en 20 dólares. Un robo de acá a la China.
En las salidas, el grupo lleva consigo un carro de supermercados que les fue “obsequiado” y que suele regresar cargado con alimentos como pastas, galletitas y pollo, dado que la carne argentina no está entre sus preferencias. También el personal portuario destaca su cuidado por la limpieza, ya que depositan diariamente sus residuos en un contenedor en el acceso al Puerto.
Ya en los barcos, no hay demasiadas opciones. Se almuerza cerca de las 15 y nunca en grandes cantidades, preferentemente pescados y pastas. Suelen hacer una comida diaria. Y consumen energía haciendo deportes con mucho ingenio ya que juegan al básquet con un aro improvisado hecho con caños; practican artes marciales o bien, prueban suerte con la pesca en el muelle para lo que suelen utilizar la antigua “lata”. Solamente uno de los capitanes dispone de una caña tradicional para ocasionalmente, sumarse al grupo.
Embarcados no hay servicios, ni lujos. Solamente disponen de un reproductor de DVD que les permite ver películas y a pesar de las barreras idiomáticas, suelen sintonizar en la radio a las emisoras locales. Muy pocos disponen de celulares aunque solamente un capitán cuenta con internet y un moderno teléfono satelital que le permite realizar videollamadas a su país de origen.
En todos los casos, los capitanes ejercen un mando pleno. Deciden sobre cada situación del barco y gozan de un extremo respeto pese a utilizar en algunos casos, métodos rudos de disuasión. Le siguen en jerarquía el jefe de máquinas, el jefe de pesca, el cocinero y su ayudante; marineros de segunda y primera y los marineros, el menor rango dentro de la escala.
De hecho, uno de los capitanes procesados por la Justicia argentina se negó a cumplir con la disposición de la jueza federal Eva Parcio de retirar la carga a bordo. Y sin intérpretes, pidió “papeles” que avalaran la medida para terminar decidiendo sellar las bodegas que contienen calamares, langostinos y merluza. También sorprende la autonomía de los barcos en cuanto al combustible. Consumen gasoil y fuel oil y pueden no abastecerse durante 6 meses. Cuando la carga se termine se quedarán sin luz, calefacción y sobre todo, sin sistema de frío para conservar la mercadería a bordo.
Aunque cuenta con la asistencia de su Embajada, su situación legal es compleja. Solamente la jueza a cargo puede “liberar” a los pescadores e inclusive a los dos capitanes procesados por infringir la Ley Federal de Pesca 24.922 y en el caso de los barcos, la empresa propietaria deberá abonar una multa al Estado Nacional de casi un millón de dólares por cada uno además de los gastos por utilización de muelle, tasa portuaria y custodia a Prefectura Naval, que rondaría los 5 millones de la misma moneda entre ambos barcos.
