Pensó que se había alejado de su hogar y lo invitó a caminar con él, la reacción del animal lo dejó sin palabras.
Un joven se bajó del colectivo en Scalabrini Ortiz, en el barrio de Palermo, en la ciudad de Buenos Aires y caminó hasta la esquina de Aráoz y Paraguay. Allí lo vio. El perro miraba para un costado, como si buscara a alguien. “Pensé que estaba esperando a su dueño, pero cuando llegó a la esquina me di cuenta de que estaba solo, sin collar y bastante flaco”, recuerda Patricio.
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Cruzaron miradas. Y el perro buscó una caricia. Cuando vio que podía avanzar, se tiró sobre las piernas de Patricio para recibir una sesión de mimos completa. “Ahí me derretí. Imaginé que tenía una familia y estaba perdido. Un perrito tan bueno no podía estar abandonado. Me dije en ese instante que tenía que encontrar a su familia, entonces había que llevarlo a casa. Me acuerdo que le hablé en voz alta: si caminás conmigo hasta casa, yo te entro. Seguí caminando y él continuó a mi lado, hasta la puerta del edificio. Abrí, y entró como quien hubiese vivido ahí toda la vida”.
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Aunque Patricio asegura que viene de familia bichera, nunca antes había rescatado a un animal. “Mi abuela, mi vieja y mi viejo siempre tuvieron perros y muchos de ellos fueron rescatados, encontrados en alguna ruta o por el barrio, pero fue la primera vez para mí. Y hoy entiendo esa conexión que viene con cambiarle la vida a un cuatro patas”.
Nueva vida para Cacho
Esa primera noche, Cacho se mostró estresado. En cuanto entró a su nuevo lugar, inmediatamente le comió toda la comida a Rocco -el gato que convive con Patricio-, tomó agua, se desplomó en el piso y ya casi ni se movió. “Fue un shock para Rocco ver entrar un animal de casi 40 kilos. Esa noche le huía. Pero él también es rescatado (de los techos de una casa en Constitución) y quiero creer que entendía lo que estaba pasando, que otro cuatro patas necesitaba de ayuda. Al día dos ya se le acercaba, lo olía”.
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Claramente Cacho necesitaba descansar y así lo hizo. “De todas maneras, me impresionó lo bien que se portó en los días que siguieron. Nunca hizo ni pis ni caca adentro, y era muy obediente en sus salidas”.
Cuando llegó el momento de hacer una consulta veterinaria, Mariano Díaz, el especialista de confianza de Patricio, examinó al perro y, a pesar de que era evidente que estaba muy flaco y había perdido la vista de uno de sus ojos, lo encontró en buenas condiciones. Determinó que Cacho estaba castrado y tenía aproximadamente tres años. Le aplicó vacunas, lo desparasitó y le regaló un platito de comida que Cacho conserva hasta hoy. “Cada vez que pasamos por su puerta Cacho sigue queriendo entrar y saludarlo”.
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Un pequeño esfuerzo a cambio de un amor incondicional
En principio, la idea de Patricio era buscar a la familia de Cacho. Pegó carteles en la vía pública, entró a todas las páginas de perdidos y encontrados y quedó impresionado por la comunidad con la que se había cruzado para ayudar a los cuatro patas.
“Al no tener respuesta, decidí transitarlo ya que es un perro muy grande para vivir en departamento. Pero como suele pasar en estos casos, me encariñé. Un pequeño esfuerzo de mi parte me devolvía un amor incondicional e inconmensurable. Tiene un carácter tan bueno. Se hizo amigo de todos los perros en la plaza, conoce a los vecinos y a sus perros. Además, entra a todos los negocios de la cuadra (la fiambrería es su preferida). Podríamos decir que Cacho me conectó muchísimo con el barrio y su gente”.
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Y con una sonrisa Patricio confiesa que la relación que logró crear con Cacho es hermosa. Salen a pasear tres veces por día a la plaza y el perro lo acompaña a hacer todos los mandados. Si el humano no tiene que ir a trabajar, siempre están juntos.
“Cacho sigue muy bien, está más canoso, un poco más viejito y más cariñoso que nunca. Tiene los achaques propios de la edad -en estos días estuvimos visitando al veterinario para controlar sus articulaciones-. Lo amo mucho y es un gran compañero”.
Pocas veces ladra. A la noche, cuando salen por el último paseo del día, Patricio lo deja sin la correa y Cacho camina a su costado, como si un hilo invisible los uniera. Pero, cuando llegan a la plaza, Cacho empieza con su show de destrezas: corre sin parar, salta las rejas como un atleta olímpico y busca el pasto fresco para tirarse de cuerpo entero a descansar. Es simplemente un perro feliz que muestra su sonrisa donde quiera que vaya.
