En línea con una tendencia mundial, el parlamento chileno aprobó esta semana la reducción de la jornada laboral. Luego el gobierno español puso en marcha un proyecto piloto de semana laboral de cuatro días en pequeñas y medianas empresas. En Argentina hay distintos proyectos de ley en esta dirección pero el debate aún no avanzó. ¿La novedad de Chile puede tener un impacto en la región? ¿Qué posibilidades hay de abrir una discusión en el país? ¿Cómo dialoga esta idea con otras urgencias, como el eclipse de los salarios ante la inflación, el pluriempleo, la cantidad de trabajo informal? ¿Cuál es la postura de la industria? Opinan el abogado Juan Manuel Ottaviano; la economista e investigadora Cecilia Garriga; los diputados Hugo Yasky y Claudia Ormaechea; el empresario PYME Pedro Cascales y el presidente de la Unión Industrial Argentina, Daniel Funes de Rioja.
«La de Chile es una más de las iniciativas que hay en varios países de la región para cumplir con un objetivo que fue un acuerdo global de estados, sindicatos y empresas hace más de medio siglo. Es una política de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) acordada en el período de entreguerras y posguerras. Se presenta como novedosa para nuestra región porque venimos de tres, cuatro décadas de reformas neoliberales en el mundo del trabajo y de que no se cambien los máximos legales», explica Ottaviano, abogado especialista en Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social.
¿Qué países aplican la reducción y en cuáles se discute?
La ley chilena reduce el máximo legal de 45 a 40 horas semanales de manera escalonada y abre la posibilidad de aplicar la modalidad de cuatro días de trabajo y tres libres. En Cuba y Venezuela, otros ejemplos de la región, la reducción progresiva está en la Constitución; en Ecuador se impulsó por acuerdo interministerial (en 1980 y 1997). Esta es la primera vez que la medida es una norma votada por el Congreso. «Hay proyectos de ley, algunos de los gobiernos, en Argentina, México, Colombia, Uruguay y Brasil, cada uno con procesos distintos», dice Ottaviano, investigador del centro Capacitación y Estudios sobre Trabajo y Desarrollo (CETYD), de UNSAM, y de Fundar.
En cuanto a Europa, en general las jornadas son más reducidas que en Latinoamérica, pero se está dando también un proceso de «re-reducción», con proyectos piloto que demuestran que se puede achicar la jornada sin bajar salarios ni afectar la productividad, por ejemplo en Gran Bretaña, los países nórdicos, España. Disminución de costos, reducción de la conflictividad laboral e incluso aumentos en la productividad son algunos de los beneficios que las empresas registran, de acuerdo a Cecilia Garriga, investigadora de CIFRA-CTA. Empresas de Estados Unidos, Suecia, Suiza y Francia, entre otros países, también han implementado el sistema. «Hay otros resultados positivos, de factores externos: reducción del impacto en el ambiente con motivo de menos cantidad de horas de transporte y aumento de la actividad turística y de ocio», puntualiza el abogado.
Las causas de la tendencia
Es complejo el asunto de las causas por las cuales la tendencia se esparce a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI. Es consecuencia del aumento de la productividad por hora, de la mano de la «automatización mecánica, robótica y digital». «A esto, que implicó una intensificación del trabajo humano, se le agregaron dos grandes procesos, políticos y económicos. Un plan de desvalorización del trabajo humano, acompañado por caída de ingresos, salarios, protecciones sociales y debilitamiento de instituciones laborales, y una intensificación del uso del capital. El mercado presiona para una reducción del tiempo de trabajo a la vez que mantiene altos niveles de desempleo, para que quienes están trabajando sigan intensificando su trabajo. La consecuencia es una fragmentación: mucha gente trabaja mucho; mucha gente no trabaja», describe Ottaviano.
Eso ocurre en el plano sistémico, estructural. La otra dimensión de las causas está del lado de los trabajadores, quienes «presionan» para la reducción. «Se está trabajando más y peor mientras se produce más, en un contexto en que perdieron herramientas de negociación. El tiempo es la última moneda de cambio«, señala Ottaviano. Garriga sentencia: «el incremento de la productividad y la riqueza quedó únicamente en manos del capital«.
