El 12 de mayo de 2025, la vida de Johanna Rossi cambió para siempre. Su casa —una pequeña mejora que había comprado en la zona alta de Jorge Newbery— ardió por completo en un incendio de origen incierto. Ese día, su hija la llamó desesperada. “Se está prendiendo fuego, mamá”. Lo único que alcanzó a decirle fue: salí de ahí, no trates de rescatar nada.
Las pérdidas fueron absolutas relata a ElComodorense. “Mi hija tenía el uniforme del colegio, yo la ropa de trabajo. Se quemaron los documentos, la compu, los anteojos de mi hija, las mochilas, los ahorros que teníamos para pagar el gas. Todo”. Pero lo peor vendría después: enfrentar la emergencia sin contención, sin herramientas y sin un Estado que entendiera la urgencia de su situación.

Johanna no es ajena a las dificultades. Nació en San Rafael, Mendoza, y llegó a Comodoro de adolescente, con solo 16 años. Se enamoró del viento, de la ciudad, de la posibilidad de una vida propia. En 2007 inició un expediente solicitando un terreno, pero nunca obtuvo una solución concreta. Más tarde, tras una separación y una vida reconstruida paso a paso, decidió invertir lo que tenía en una mejora. Sabía que era irregular, que el terreno no era de libre venta. Pero era su única opción. “Solo necesitaba un lugar donde vivir con mi hija”.
El incendio fue devastador, pero más aún la reacción institucional. Al día siguiente se presentó en la municipalidad, donde trabaja, para intentar pedir ayuda. “Estaba con la campera de trabajo, tiritando de frío, sin dormir, sin comer. Me senté y esperé. Nadie supo qué hacer conmigo. Pedí que llamaran a un médico. Me ofrecieron azúcar y café. No era suficiente. Entré en crisis. No podía moverme. Estuve desde que abrió la muni hasta que cerró, esperando que alguien me vea”.

La respuesta del Estado fue dispersa: le ofrecieron colchones, frazadas, materiales. Pero, ¿dónde iba a poner eso? “No tenía techo. Me hablaban de materiales como si yo tuviera dónde guardarlos o cómo pagar para trasladarlos. Me generaba más angustia que alivio. No es soberbia, es sentido común. No quería cosas, necesitaba soluciones”.
El frío no dio tregua. Johanna se refugió con su hija y sus gatos en una institución privada que les brindó un espacio temporal. Los perros, en cambio, siguen en el terreno arrasado. “Voy todos los días a alimentarlos. Una vecina me ayuda cuando no puedo. Son tres perros, cinco gatos. Siguen vivos, siguen jugando. Eso me da fuerza para seguir”. También le da fuerza su carrera de Psicología Social, que cursa con esfuerzo. “Estudiar me ayuda a no caer. Me mantiene firme, me ayuda a entender lo que me pasa y no hundirme”.
Después del incendio, llegó el saqueo. “Me robaron el calefactor, el inodoro, la bolsa de alimento de los perros, un paquete de machimbre. Volver al lugar cada vez es más difícil. Pero tengo que hacerlo. Ellos me necesitan”.

Johanna no busca cámaras ni compasión. “No quiero que esto se convierta en un show. Pero quiero que se entienda lo que es quedarse sin nada. Nada es nada. Y que cuando eso pasa, el Estado tiene que tener una respuesta seria, humana, real. No objetos. No papeles. Contención, vivienda, un plan de emergencia. Porque si no, estamos solas”.
Hoy, la incertidumbre sigue. No tiene dónde vivir, no puede pagar un alquiler, no tiene cocina, cama ni ropa suficiente. “No es sólo una cuestión material. Es emocional, es dignidad. Lo que más me duele es que seamos tantas en esta situación, y que nadie haga nada”.
Y aunque se siente sola, no se resigna. Tiene una propuesta clara: “Me interesa contactarme con personas que estén pasando situaciones similares, que también estén sufriendo la falta de respuesta. Para apoyarnos entre nosotros, conversar, generar ideas, proyectos, y ver cómo aportar de forma positiva a los problemas que tiene esta ciudad”.
Su reclamo final es contundente: “Nos están quitando el oxígeno de a poco. La Constitución dice que tenemos derecho a la vivienda y al trabajo, pero parece que es solo un libro. Si varias mentes se juntan, capaz podemos generar algo bueno”.
