Son tía y sobrina, tienen 60 y 48 años y ambas sufren de diabetes. Sin trabajo, se les hacía imposible costear sus remedios y salieron a la calle para ganarse el pan, y terminaron ganándose el corazón de todo un barrio. “Vendo tortillas para poder sobrevivir”, dice Irma, mientras se frota las manos por el frío. “Nosotras somos personas grandes y estamos trabajando, pero hay mucha gente joven que está en condiciones y no lo hace”.
Irma tiene 60 años y Marcela 48. Hace 18 años llegaron a Comodoro desde Santiago del Estero y hace cinco meses venden tortillas para sobrevivir. Además de un vínculo familiar, dado que son tía y sobrina, también las une un propósito: salir adelante.
Todos los días desde las 13h y hasta que se termine la mercadería, se apuestan a un costado del Camino Mario Morejón a metros de la rotonda que delimita a Standart y Palazzo.
Con su chulengo y la masa lista, tienen asistencia perfecta porque la venta de cada día se traduce en un plato de comida en la mesa, y también en remedios necesarios para sus tratamientos, puesto que ambas padecen de diabetes y artrosis.
“Todos los días estamos acá. Llueva, nieve o truene. Por la necesidad, porque no nos alcanza el dinero”, dice Irma a EL COMODORENSE, mientras se frota las manos para pasar el frío.

Se acomoda la campera negra que tiene el escudo de River y sigue. “Estoy sola con mi niña discapacitada. Vendo tortillas para poder sobrevivir, cada tres meses me tengo que ir a Córdoba, por eso hago esto”, narra la mujer mientras relojea el tránsito a la espera de nuevos clientes.
Irma comparte tareas con Marcela, su sobrina. Una enciende el fuego, otra acomoda las brasas. Una pone las tortillas en la parrilla, y otra atiende a los clientes y les cobra. Mientras, un hombre que las acompaña se encarga de llevar la mercadería y cobrarles a los clientes que se frenan del otro lado de la calle para que no se tengan que bajar del auto.
Pese al aire frío y las nubes que amenazan con volver a soltar nieve en Comodoro, ni Irma ni Marcela se achican, ni tampoco borran de sus rostros una cálida sonrisa con la que reciben a cada persona que se acerca.
«La gente nos felicita y dice que somos luchadoras»
“Gracias a Dios mucha gente para. La cantidad de tortillas que vendemos es según como nos vaya en el día. La gente nos felicita y dice que somos luchadoras, que en medio del agua igual queremos vender”, cuenta con orgullo Irma moviendo una espátula que tiene en su mano mientras observa el cielo de otra tarde gris de invierno sureño.
De allí no se moverán hasta que agoten la mercancía del día. “Aunque caiga la noche tenemos que seguir”, dice Marcela, que recuerda noches alumbrando las tortillas con el celular para inspeccionar que no se pasen.

Hace unos meses Marcela tenía otro trabajo cuidando abuelos, “pero ya no pude más, la última que cuidé fue hace cuatro meses y falleció. Tampoco puedo hacer fuerza. De alguna manera tenemos que solventarnos para sacar la plata para comprar medicamentos, y acá estamos”.
Las mujeres luchadoras, mote que se ganaron a base de trabajo y mucha voluntad, ahora van por un techo que las proteja de las precipitaciones en uno de los inviernos más crudos de los últimos años.
Mientras tanto, están a la espera de una ayuda por parte de las autoridades para alivianar su situación, aunque no dudan en seguir trabajando en la medida de sus posibilidades. “Nosotras somos personas grandes y estamos laburando, pero hay mucha gente joven que está en condiciones y no lo hace”, aseveran por último a modo de análisis de la situación actual en Argentina, tanto en lo social como en lo económico.
