Cada madrugada, cuando la ciudad aún duerme, Sergio enciende su jornada. A la una de la mañana, mientras muchos recién descansan, él ya está en la calle repartiendo diarios por los barrios de Comodoro Rivadavia. “Trabajo desde hace más de 25 años. Estoy en la mala y en la buena, pero siempre trabajando. Con tierra, con lluvia, siempre estoy acá”, relató con orgullo.
Su puesto, en la esquina de Polonia y Kennedy, es un punto de encuentro para los vecinos que todavía eligen el papel. Sin embargo, reconoció que los tiempos cambiaron: “Antes se vendía un poquito más de diario, ahora no. Con el celular y la tecnología, se cortó mucho la venta. Si vendo 15 o 20 diarios, es mucho”.
A pesar de la crisis en el rubro, Sergio no baja los brazos. “Es mi única entrada económica. Tengo clientes de siempre, que me conocen, que me esperan. Algunos incluso me dan unas monedas más, y eso me emociona, porque sé que valoran mi trabajo”.
Su jornada puede extenderse hasta la una o dos de la tarde, y los domingos, sin horario fijo, se queda “hasta vender el último diario”. Detrás de cada ejemplar entregado, hay una historia de perseverancia y sacrificio, pero también de amor por lo que hace.
“Empecé porque no encontraba trabajo, y me enseñaron todo. Acá sigo, firme”, dice, con una sonrisa cansada pero sincera. En su parada ya lo saludan todos, porque más que un canillita, Sergio es parte del paisaje cotidiano de Comodoro: un testimonio vivo de esos oficios que resisten al paso del tiempo.
