La expulsión de Kulfas ahonda la debilidad de Fernández y pone un freno a la ilusión de un liderazgo propio; las dudas sobre el plan reeleccionista y el temor de Guzmán.
Al final la lapicera la usó contra sí mismo. Alberto Fernández ejecutó sin piedad a Matías Kulfas, el ministro que mejor representa su visión de la economía y que lo acompañaba desde los días en que ni soñaba convertirse en presidente. Fue un acto desesperado que se asemeja a una rendición y que resquebraja la fantasía de un liderazgo sin ataduras con Cristina Kirchner, según publica La Nación.
Un tuit indignado de la vicepresidenta alteró el mediodía de Fernández en Olivos en medio de una reunión con el nuevo jefe de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), Agustín Rossi, y la saliente Cristina Caamaño. La crisis aceleró de 0 a 100 en cuestión de segundos. La vicepresidenta sacó las garras para defender a funcionarios camporistas del área de Energía aludidos en una crítica difundida off the record con imprudencia amateur por el ministerio de Kulfas, en la que se leía entre líneas una sospecha de corrupción en la obra del gasoducto Néstor Kirchner.
El Alberto que se confesaba “harto” de Cristina y que se proponía gobernar “sin prestarle más atención” recapacitó. Llamó a Kulfas y le comunicó que tenía que irse. Después emitió un mensaje de solidaridad con su vice para completar un movimiento doloroso para quienes lo siguen en estas horas de impopularidad creciente: el sacrificio ritual del albertismo en el altar del kirchnerismo.
Kulfas resultó un sapo indigerible para Cristina desde el día en que Fernández lo nombró en el Gabinete. Nunca le perdonó haber escrito un libro en el que refuta de manera inclemente la gestión económica de su segundo gobierno, que para ella simboliza una era dorada. Lo tenía entre ceja y ceja como una influencia negativa para Alberto y como un fogonero principal del proyecto reeleccionista.
Su caída alarma ahora a Martín Guzmán, el otro responsable a ojos de Cristina del fiasco económico de la administración que surgió de su astucia electoral de 2019. La idea de que el ministro había sido “empoderado” quedó en cuestión después del alarde de debilidad presidencial de este sábado. “Cualquier brisa que sienta puede ser el hacha que se acerca. No solo él. La pregunta ahora es: ¿quién será el próximo?”, retrató un peronista que vive azorado la escalada de las tensiones.
Para atenuar el ruido, el Gobierno difundió anoche una foto de Fernández en Olivos con el ministro de Economía y otros funcionarios de su confianza. Ya a última hora confirmó a Daniel Scioli como reemplazante de Kulfas. Quiso desactivar rápido rumores de una toma kirchnerista del área de Producción. Lo llamó de urgencia a la tarde y le pidió dejar la embajada de Brasil, donde se movía a distancia prudencial de Cristina y compañía.
Es relevante repasar la secuencia de los hechos. La rabieta de Cristina sucedió a la ceremonia en YPF que usó como plataforma para reafirmar el plan de demolición de la autoridad presidencial con el que pretende excusarse del desempeño económico del Gobierno y, en especial, de la crisis más aguda que vislumbra en el horizonte.
La frase “te pido que uses la lapicera” con que descolocó a Fernández en el aniversario del centenario de la petrolera quiso transmitir de forma terminante que no hay reconciliación posible en la cima del poder. El problema no es la lapicera: el libreto ya lo escribió ella, pero él no lo interpreta al gusto de la autora.
El reencuentro en Tecnópolis había sido una obra teatral en la que los actores principales escenificaron el drama del Frente de Todos. Cristina reclamó “identidad”. Alberto respondió “unidad”. No hay un puente que los comunique, a pesar del esfuerzo que hace el Presidente, a costa de jirones de su credibilidad, para sostener el sueño de que la coalición peronista tiene arreglo.
La ofensiva contra la Corte Suprema, la defensa pública de Cuba, Venezuela y Nicaragua, la acusación a la prensa de “intoxicar a los argentinos” y la campaña de denuncias contra Mauricio Macri trazaron el camino que explora Fernández para contener a una dirigencia que no solo huye de su lado, sino que le dedica insultos gratuitamente como quien zamarrea un punching ball.
En su momento de mayor desprestigio ante la sociedad, según coinciden encuestas variadas, optó por convocar desde el discurso de sus rivales internos. Lo que hizo Cristina el viernes en el mensaje con el que lo destrató fue repudiar eso que a su lado llaman “kirchnerismo herbívoro”: retórica sin vocación de enfrentar al poder económico y de promover transformaciones en favor de sus votantes. Una suerte de “impotencia con épica”.
Fernández dudó en asistir al acto de YPF cuando le confirmaron que iría Cristina y que pensaba hablar. Papel protagónico para su rival interna y organización a cargo de La Cámpora…, ¿qué podía salir mal? “Solo faltaba un cartel que dijera: ‘Esto es una trampa’”, sintetizó un hombre del Presidente la noche del viernes, sin intuir todo lo malo que estaba por venir. Desde la Casa Rosada exigían “garantías de neutralidad”. Se las dieron: sería una ceremonia institucional, con discursos centrados en el pasado, presente y futuro de YPF.
Creer o reventar. Pero a juicio de Fernández, él no podía faltar en semejante rito institucional y regalarle a Cristina la comodidad de una fiesta militante. Eligió creer.
Oda a sí misma
Cuando le cedieron el micrófono, Cristina hizo lo que más disfruta: celebrarse a sí misma. Presentó sus años en el poder como una era de conquistas sociales y la antepuso a las penurias de hoy. Se vendió como la líder que desendeudó a la Argentina, ante la mirada de quien firmó un nuevo préstamo de US$45.000 millones con el FMI. Reprendió a Fernández y a Guzmán, por “sentarse como amigos” con Paolo Rocca, de Techint, ganadora de la licitación para proveer los caños del gasoducto. Cuestionó la salida de dólares y descalificó la flexibilización del cepo para quienes inviertan en Vaca Muerta.
