Para la familia de Norma Carrizo, el calendario se detuvo hace exactamente ocho años, dejando atrás una estela de recuerdos que hoy son el único refugio frente a la incertidumbre. En un nuevo aniversario de su desaparición, su hija hizo público un relato que pone palabras a lo inexplicable: cómo es la vida cuando falta una pieza fundamental y el Estado no ofrece respuestas.
A diferencia de otros duelos, la desaparición impone una «esperanza que se defiende todos los días». En su carta, la hija de Norma describe un vínculo que el tiempo no ha logrado erosionar. «Aún puedo escucharte llamarme y tu voz sigue tan presente como si nunca hubieses desaparecido«, relata, describiendo una lucha constante por no permitir que el olvido gane la batalla.
El paso del tiempo, lejos de traer alivio, ha profundizado la crítica hacia el sistema judicial. Tras casi una década de investigaciones que no han arrojado luz sobre el paradero de la mujer, el sentimiento de la familia es de un abandono sistemático. «Pedís justicia y la justicia no cambia. Después de 8 años te das cuenta que todo sigue igual o peor», denuncia el texto, subrayando el carácter solitario y desgastante de este camino.
Pese al dolor lacerante que «quita la respiración», hay un espacio para el consuelo. El legado de Norma sobrevive en lo cotidiano: en sus clientes, en sus oficios y en aquellas pasiones que la definían. Para su hija, esa es la forma de sentirla presente, de entender que, aunque no esté físicamente, su huella en Comodoro Rivadavia permanece intacta.
El mensaje final es un grito de amor que atraviesa el silencio: un «abrazo de luz» que espera llegar a donde sea que ella se encuentre, manteniendo firme la bandera de una búsqueda que no piensa bajar los brazos.
