A los 13 años, Leandro se hizo su primer tatuaje, influenciado por su amor por el rock y bandas como Nirvana y Metallica. Con el tiempo, su cuerpo se transformó en una obra de arte, pero también en un reflejo de su estilo de vida descontrolado. Vivió una vida de excesos, incluyendo drogas, fiestas y relaciones tumultuosas. Tras un divorcio, cayó en un periodo oscuro que duró nueve años, en el que probó por primera vez la cocaína y luego mezcló éxtasis, LSD y alcohol. Fue preso y vivió en la calle. “Ya no soportaba la vida que llevaba”, reconoció en una entrevista con el medio brasileño G1.
Un giro hacia la espiritualidad

El punto de inflexión llegó cuando se convirtió al evangelismo hace dos años, mientras vivía en un albergue. Este cambio de fe fue el motor para buscar un cambio profundo en su vida. Comenzó a someterse a dolorosas sesiones de láser en una clínica de San Pablo para borrar los tatuajes de su rostro y recuperar su aspecto original. “Todo se trata de Jesucristo”, escribió en su cuenta de Instagram, dejando en claro que su fe fue clave para salir adelante.
La lucha por recuperar su imagen

El proceso de eliminación de los tatuajes no fue sencillo. Las sesiones de láser son dolorosas y requieren mucha paciencia. “Duele mucho, por más que le pongan anestesia, el dolor es horrible. Pero eso es parte del precio de las cosas que he hecho en el pasado”, afirmó Leandro. A pesar del sufrimiento, siente que valió la pena: “Ahora siento que mi dignidad ha sido restaurada”, aseguró.
Un nuevo propósito en la vida

Hoy, Leandro se dedica a predicar el evangelio en las calles de San Pablo y en iglesias. Realiza evangelismo callejero, misiones y lleva la palabra a padres y niños en hogares que están en cárceles. “Hoy hago evangelismo callejero, misiones, llevo la palabra a padres y niños en hogares que están en cárceles”, afirmó el hombre, que es padre de un niño de 11 años.
Su historia es un testimonio de redención y transformación, demostrando que nunca es tarde para cambiar y encontrar un propósito en la vida.
